El Ministerio del Interior, el que tiene la delicada labor de la conducción política de la lucha contra la inseguridad ciudadana que todos los días se traduce en robos, extorsiones y asesinatos, se ha convertido en un sector “chicha” donde en un año hemos tenido seis ministros, los jefes de inteligencia duran máximo una semana y aparecen documentos con firmas falsas para remover al oficial encargado de atrapar a los prófugos del entorno del jefe de Estado.
Comenzamos con un ministro como Juan Carrasco, que asumió el cargo sin haber renunciado a su condición de fiscal. Más tarde vino Luis Barranzuela, el expolicía amigo de Vladimir Cerrón y Guillermo Bermejo, famoso por las sanciones disciplinarias que recibió en sus años de servicio. Ahora tenemos a Willy Huerta, el que acaba de admitir que “sacaron” al coronel PNP Harvey Colchado sin que se le consultara y además con un documento con firma falsa.
También hemos tenido a Avelino Guillén, recordado por nombrar prefectos y subprefectos cercanos al Movadef y a otro caballero llamado Alfonso Chávarry, que dejó que el premier Aníbal Torres humille una y otra vez a la PNP. El que apenas duró 15 días fue Mariano González, al que el profesor Castillo no le perdonó que haya nombrado a Colchado en el equipo que trabajaría con el Ministerio Público para atrapar a los prófugos “palaciegos”.
El ministerio que opera en el antiguo aeropuerto de Lima está sin rumbo, y una de sus últimas prioridades debe ser la lucha contra asesinos, asaltantes, arrebatadores de teléfonos celulares, extorsionadores, “marcas” y demás especímenes. No hay continuidad ni orden. Y si a eso sumamos que los comandantes generales de la PNP duran tres o cuatro meses, la situación se torna mucho más complicada para el ciudadano de a pie.
Parece que al presidente Castillo nadie le ha dicho que la inseguridad ciudadana es uno de los principales problemas que afrontamos los peruanos, y que con un Ministerio del Interior nadando en indefiniciones, falta de continuidad, entrada y salida de funcionarios más allá de si son buenos o malos, el afán de salvar a un presidente hundido en denuncias de corrupción y la informalidad, no vamos a ninguna parte. El problema es que esta situación cobra vidas todos los días.