La polarización hace creer a nuestros políticos que las posiciones extremas tienen el apoyo de la gente. Pero no es cierto. Las movilizaciones siguen de moda y ahora reflejan el desánimo y el descontento ante la incertidumbre que vivimos. Pedro Castillo abunda en este estado de ánimo colectivo con sus erróneos nombramientos y designaciones en los altos cargos del Estado sin tener en cuenta experiencias, conocimientos y trayectorias.
Hay desconfianza en sus intenciones y capacidades y hasta su base electoral, la gente que votó por él como representante del país olvidado, indignado y resentido, está decepcionada porque los cambios no tienen cuando llegar. En lugar de ello hay mayor precariedad económica, alza de precios e incremento del desempleo y de la informalidad. La transformación prometida no tiene visos de despegar y en este contexto se instala el indeseable péndulo entre vacancia presidencial y cierre del Congreso.
El Legislativo ya impuso sus precisiones sobre la cuestión de confianza pero el Ejecutivo continúa la inútil confrontación con su resistencia a cambiar a los ministros cuestionados. Es cierto que en la oposición hay quienes apuestan por la vacancia presidencial a corto plazo pero es evidente que no se dará mientras no surja una justificación de grave e insostenible desgobierno o inseguridad. No tienen los votos para ello. Y el Ejecutivo se equivoca al proponer eliminar la incapacidad moral presidencial como causal de vacancia.
En un país con altos niveles de corrupción, como lamentablemente es el Perú, esa eliminación equivaldría a la permisividad para que cualquier gobernante corrupto, o que incurra en inconducta inadmisible, se entornille en el cargo hasta terminar su período. Si Pedro Castillo quiere consolidar su gestión y desterrar el fantasma de la vacancia debe comenzar a gobernar con racionalidad convocando a independientes capaces, que recuperen legitimidad para su régimen. Le asombraría saber cuántos podrían aceptar patrióticamente para salir de esta larga crisis.