El de hoy debe ser uno de los 28 de julio más grises de nuestra historia, pues tenemos como presidente del Perú a un personaje como el profesor Pedro Castillo, al que la Fiscalía de la Nación le imputa ser el cabecilla de una banda de delincuentes, razón por la que le ha abierto cuatro investigaciones, aparte de la adicional que tiene en su haber por el evidente y flagrante plagio de la tesis de maestría que le sirvió para cobrarle más al Estado por sus, a todas luces, deficientes servicios de docente.
Pero no debería sorprendernos. Esto se veía venir desde el año pasado, cuando cumplimos 200 años como país viendo entrar a Palacio de Gobierno a Castillo, el hombre elegido por el partido de un corrupto como Vladimir Cerrón, el agitador de plazuela que hacía huelgas al lado de la peor especie que ha podido nacer en el suelo peruano como es cualquier terrorista, por más que ahora se haya reciclado y se muestre como sindicalista, académico, artista, activista o hasta funcionario público gracias a este régimen.
Qué expectativa puede haber en el mensaje del mandatario si sabemos que está más afuera que adentro, si su caída y su próximo encierro en un penal es casi un hecho. Qué se puede esperar de un discurso aprobado por un gabinete ministerial encabezado por Aníbal Torres e integrado por gente como Alejandro Salas, Félix Chero, Dina Boluarte u otros que ya ni vale la pena mencionar, pero que la historia igual recordará para siempre por el inmenso daño que le han hecho al Perú al saber muy bien a quién estaban sirviendo.
Qué sentimiento patrio puede sentir un peruano que ama a su país, al ver pasando delante de las tropas y saludando a las banderas de guerra a quien el Ministerio Público sindica, con sólidos argumentos, como el cabecilla de una banda de pirañitas y pájaros fruteros del erario nacional, un personaje al que su propio brazo derecho, Bruno Pacheco, acusa de haber vendido el kilo de galones de general de la Policía Nacional a 20 mil dólares sucios que recogían tres suboficiales de la escolta del profesor.
Solo queda a los peruanos de bien exigir una salida urgente dentro de los cauces de la Constitución, esa que Castillo y compañía aún sueñan con cambiar para quedarse en el poder junto con sus incondicionales de la izquierda, a quienes tampoco debemos olvidar. No merecíamos llegar así a los 200 y 201 de nuestra existencia como país independiente. El Congreso tiene que cumplir su papel patriótico de echar al profesor y compañía, incluso si también se tienen que ir sus 130 integrantes.