No hay calificativo más apto para definir al hombre que designarlo como un ser político. Es tan visible el distintivo y el trazo tan marcado en el ser humano, que incurrir en la torpeza de negarlo, sería un despropósito. Así como aprendemos de los estudios geográficos el relieve terrestre, así también, escudriñando la condición humana, descubrimos que el mayor relieve observable en el hombre, es su naturaleza política.
El teórico político Jean Ousset, en su libro Introducción a la política, medita sobre la célebre fórmula de Aristóteles: el hombre es un zoon politikón, que equivale a decir, el hombre es un animal político. El autor, con la clara intención de estudiar esta definición, empieza diciendo: El hombre es un “animal social y político”, obviamente haciendo referencia al término “social”, incorporado por Tomás de Aquino en su obra Del gobierno de los príncipes, a la fórmula original de Aristóteles.
Lo que dice Ousset es que, no es suficiente con definir al hombre como un animal social porque estaríamos igualándolo al resto de los animales que también viven en sociedades como las hormigas, las abejas y ciertas especies de aves. Por tanto, lo que nos sugiere el sentido original de la fórmula de Aristóteles: “el hombre es un zoon politikón”, es que estos animales, están sometidos a reglas invariables y que, por el contrario, únicamente al hombre se le ha dado el poder de actuar sobre la organización de su sociedad para establecer formas de gobiernos y modificar sus leyes, según su ingenio e ideas. Entonces, es lícito recurrir a la fórmula aristotélico-tomista: “el hombre es una animal social y político”, en tanto comprendamos que, el hombre más que un animal social, es un animal político.