Acción Popular es el último partido antiguo en el poder, pero en el Congreso se ha convertido en un grupo de sinvergüenzas al que solo le interesa el beneficio de cada integrante. La renuncia de la mitad más uno de sus miembros no es un sinónimo de democracia interna, sino de un hartazgo colosal.

Que el congresista Darwin Espinoza haya sido elegido como el vocero de la bancada refleja su desfachatada actitud de enrostrarle al país de que Acción Popular no es más un grupo político. Hay que entenderlo de esa manera. Son inversores de un partido, y están recuperando su capital. Es acción para negociar.

Me imagino a la parlamentaria Portero votando por Espinoza: si es una investigada por ser “niña”, lo congruente es elegir a un “niño”. ¿De qué nos sorprendemos? Y quienes lo eligieron van por la misma cuerda, sienten que el congresista es su mejor carta de presentación: bajo sospecha de copar Produce.

Me gustaría preguntarles a los electores que votaron por Acción Popular si se sienten bien representados. Evocan tanto a Fernando Belaúnde por su honestidad que terminan por ponerla en duda. Nadie ha salido a pedirle disculpas al país porque hasta sus dirigentes parecen disputarse un botín.

Hoy, el Parlamento decide si aprueba o no el cuadro de comisiones que deja a Acción Popular sin piso: de tres presidencias se quedó con una. Se merece ese castigo, y más.