La vida de un paracaidista depende de quién y con qué cuidado empaquetó el paracaídas, que suele ser una persona anónima a quien el paracaidista no conoce pero a quien en buena cuenta le debe la vida o la posibilidad de desempeñar su profesión. Es una dependencia literalmente de vida o muerte. De cierta manera, ese empacador prepara a otros para cubrir sus riesgos en sus actividades futuras.

Por asociación de ideas, me surge la pregunta: ¿quiénes en nuestras vidas han hecho o hacen de empacadores de nuestros paracaídas para que podamos desempeñarnos como lo hacemos hoy en día?

Por otro lado, para que nuestros hijos o alumnos puedan realizar en el futuro grandes tareas, nuestra misión es la de empacarles de la mejor manera su paracaídas, para que luego caigan bien parados donde quiera que quede su destino. Cuando ellos lleguen a ese punto, es probable que no tengan consciencia de lo que hicieron quienes empacaron su paracaídas, pero nosotros sabremos que tuvimos parte en ello.

Nos queda como tarea agradecer a quienes empacaron nuestros paracaídas por haberlo hecho bien, y legarle a nuestros hijos y alumnos la conciencia de que siempre habrá alguien que habrá empacado sus paracaídas a quien deberán un agradecimiento.

En estos tiempos en los que el agradecimiento a quienes fueron nuestros mentores es escaso (y es muy simbólico en esta indiferencia el hecho de que se coloquen medallas póstumas a quienes merecieron gozar de algún reconocimiento en vida), vale la pena introducir en nuestra sociedad el valor de la gratitud como muestra de humildad, que hará de todos mejores personas.