Cada vez que nos acercamos al Día del Maestro se tiende a enfatizar los aportes valiosos de los maestros que lo merecen, aunque lamentablemente no pocas veces se quedan en ese día, porque el resto del año una buena parte de los padres y alumnos más bullangueros aluden a sus disgustos frente a los maestros.
Con ello, opacan estos reconocimientos. Y es que el encuentro de maestros y alumnos 40 horas a la semana, y en grupos de 25 a 40 por maestro, hace inevitable que se susciten situaciones de insatisfacción, cuando menos en algunos de los alumnos, aun frente a maestros responsables y dedicados. A ello hay que sumar los casos de los maestros que por su displicencia, apatía o falta de dedicación, reciben un merecido rechazo de parte de sus alumnos y padres.
Pero hay otro tipo de dualidad. Por una parte, la del enorme y merecido agradecimiento a los profesores de buena fe, gracias a los cuales el Perú dejó de ser un país de analfabetos para convertirse en una sociedad casi totalmente alfabetizada con cientos de miles de profesionales y egresados de secundaria que encontraron su camino en la vida gracias al peldaño inicial dado por la escuela y sus maestros, en todos los rincones del país. Por otro lado, la expectativa de que reconozcan autocríticamente que hay diversos aspectos del quehacer docente que tienen que ser actualizados y perfeccionados, lo cual demanda una alta dosis de estudio y dedicación.
Los maestros que asumen esa dualidad son los que deberían estar en la primera fila de todos los homenajes, y lo están cuando menos en mi caso. Feliz Día del Maestro.