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En ambientes escolares totalitarios y dictatoriales, como los que se observan en muchos colegios tradicionales en los que los alumnos son usuarios del servicio sin voz ni voto, los “buenos alumnos” rara vez cultivan capacidades de emprendedurismo. En esos contextos totalitarios, la cúpula escolar decide todo y los profesores y luego los alumnos tienen que hacer lo que dicen sus superiores, sin espacio para trabajar sus propias iniciativas y aspiraciones.

El “buen alumno” es aquel que se somete dócilmente a la obediencia demandada por las normas escolares. Ha amputado su capacidad de tomar iniciativas originales, confrontar lo establecido, asumir riesgos para probar nuevas opciones, ser rebelde con causa, dar rienda suelta a su creatividad, todas ellas características típicas de los emprendedores, en aras de sacar buenas notas y agradar al profesor con su conducta dócil y desempeño alineado con lo que se espera de él. Eso explica por qué tantos “buenos alumnos” (en términos de conducta sumisa y notas altas) cuando salen del colegio terminan fracasando en las universidades que demandan un temperamento original y creativo; o, si sobreviven a la universidad usando la misma fórmula que les dio resultados en el colegio, fracasan luego en el mundo laboral o empresarial.

Claro que no hay una linealidad perfecta entre la experiencia escolar y el desempeño adulto y hay “buenos alumnos” a los que luego les va bien. Pero son muchos los casos inversos, suficientes como para preguntarnos qué ambiente escolar puede favorecer más la formación de personalidades democráticas y emprendedoras.