Despedir o solicitar el retiro de un docente ha sido una de las tareas más difíciles en mi carrera. Varias causas lo justificaron: fin de su ciclo, acumulación de faltas o alguna grave, dificultades de adaptación a cambios, afectación del buen clima institucional, etc. Pero procuré ser prudente y respetuoso. He sido muy crítico de los promotores o directores que maltratan a sus trabajadores para despedirlos difamándolos, tratándolos despectivamente, haciendo maniobras para no pagarles las indemnizaciones de ley, esperando a diciembre para despedirlos dejándolos sin opciones de recolocación, etc. Eso me parece inaceptable. Por otro lado, he valorado mucho a los profesores dignos que ante la solicitud del retiro decían algo así como “entré porque gozaba de su confianza; al no ser así ahora, presento mi renuncia”.
He procurado lograr (aunque no siempre con éxito) que los profesores que fueron cumplidos, leales, correctos, pero que en un momento dado de su ciclo profesional ya no fueron los adecuados para las necesidades de la institución, logren entender que el hecho de que se retiren no implica una desvalorización de todo lo que aportaron durante el tiempo que hicieron un buen trabajo, y que el retiro tampoco debe asociarse a enemistad o ruptura de relaciones, por lo que siguen siendo bienvenidos a la institución.
En esta semana del Día del Maestro merecen un saludo agradecido, y regocijarse sintiendo que hay quienes pensamos que sí tuvo sentido el aporte que hicieron a la educación.