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¿Qué importa más en la educación, el mensaje y la intención del castigador o la percepción que tiene el castigado respecto al castigo?

Por ejemplo, supongamos que se quiere sancionar a un alumno por copiar en un examen quitándole la prueba sin terminar, pero la percepción del castigado es “injusto”, “la próxima vez me cuidaré para que no me vean”, o “quien tiene el poder puede actuar abusivamente frente a los que están a su cargo”. En ese caso, el castigo perderá el efecto deseado, porque los efectos no dependen de las intenciones o conductas del sancionador sino de los significados que el castigado asocia a los castigos.

Usualmente los profesores le prestan más atención a la justificación de sus acciones que a la percepción que tienen los alumnos sobre ellas. Del mismo modo, el profesor presta más atención a la enseñanza que a las evidencias del aprendizaje de los alumnos, por lo que es usual echar la culpa a los alumnos por no aprender en vez de revisar la calidad del trabajo docente.

Un profesor que sostiene que “me fue bien; hice una buena clase” está imaginando que su rol es enseñar y si el alumno no aprende es por su culpa, sin preguntarse si este ha procesado, entendido y asimilado lo expuesto por el profesor.

Imaginemos que todas las capacitaciones a los docentes se concentraran solamente en analizar observaciones de clase, videos, o revisiones autocríticas de clase por parte de los profesores o de sus pares preguntando ¿“qué problema hay en mi enseñanza que hace que los alumnos no aprendan”? Quien sabe esa sea la esencia de la capacitación docente siglo XXI.