Hace unos días conversaba con unos amigos sobre el nivel de calidad de producción del Congreso, y varios coincidimos en que siempre sorprende la calaña de sus integrantes y su pobreza intelectual. Pero, ¿acaso los congresistas no son un reflejo de la mayoría de peruanos? Por supuesto, sobre todo de aquellos que votan con el estómago y el hígado.

Los mochasueldos siempre han existido. El cercenar el sobre es una práctica común en algunos pillos vestidos de congresistas de diferentes banderas políticas. Pero, ¿de qué nos sorprendemos? Hay microempresarios que nunca pagan el seguro social de sus trabajadores, así como niegan gratificaciones y vacaciones. ¿No son lo mismo?

No me digan que Pedro Castillo es un hipo en la sociedad peruana. El profesor es el típico peruano que sueña con hacer dinero sin sacrificios, y para lograrlo miente sin arrugarse diciendo que viene desde abajo, es del pueblo, es del ande, es el cholo, es el serrano, el indígena que pertenece al Perú ignorado por siglos.

Con el chotano llegaron varios impresentables que buscan beneficios propios, como aquél que esboza un proyecto de ley para evitar pagar la manutención de su hija porque, simplemente, no le gusta su nombre. ¿Cuál es el delito más común de quienes cumplen condena en las cárceles? La omisión a la asistencia familiar; es decir, no pasarle alimentos a sus hijos. ¿Coincidencias?

En el Parlamento hubo militares procesados por birlar la gasolina; exfuncionarios sentenciados por coimas; empresarios metidos en crimen organizado; deportistas involucrados en malas jugadas. Como verán, los legisladores representan a una mayoría peligrosa. El día que más de la mitad de peruanos votemos con el cerebro podría haber un cambio.