Un político no solo debe mostrar voluntad, sino capacidad para hacerse del poder. Los problemas que han surgido en el Partido Popular Cristiano surgen a raíz del intento de nuevas generaciones de capturar el comando partidario con mucha voluntad y poca capacidad. Derrotados que estaban, debieron buscar el respaldo de Lourdes Flores, a quien se obligó a salir de sus cuarteles de invierno.

Flores, líder indiscutida del partido socialcristiano, movió la balanza a favor de los llamados “reformistas”. El sector en control de la organización partidaria respondió haciendo uso de maniobras legales poco ortodoxas. El resultado no es el control partidario como suponen quienes creen haber vencido, sino un partido dividido, envuelto en argumentaciones legales, en procesos ante los organismos electorales, encaminados firmemente a desaparecer.

En medio de mutuas acusaciones de sus miembros, el PPC está perdiendo cualquier opción electoral hacia el 2016. El deterioro de la política nacional los alcanzó. La generación fundadora reunía altas cualidades intelectuales con un verdadero compromiso ideológico. Hoy uno puede encontrar pepecistas trabajando en puestos de confianza del gobierno, mientras otros promueven el liberalismo y algunos están preocupados por los negocios en el Estado. Muchos profesionales sin brillo y mucha ambición por el poder.

En el conflicto actual no hay un debate ideológico -en un partido que cada vez es menos socialcristiano-, como sucedió cuando Bedoya, Alayza, Polar y otros se separaron de la Democracia Cristiana. Hoy es la disputa del poder por el poder, el control partidario para poder decidir candidaturas. Finalmente el viejo partido socialcristiano ya no existe. Hoy es otra organización más de quienes quieren hacer política sin saber para qué.