El domingo 1 de marzo ha muerto en Nicaragua el sacerdote y poeta, Ernesto Cardenal (1925-2020), a los 95 años de edad. Defendió la denominada Teología de la Liberación en su país -en el Perú, lo hizo el padre Gustavo Gutiérrez (1928)-, y se plegó a la revolución sandinista, que luego de llegado al poder Daniel Ortega en 1979 y de designarlo ministro de Cultura, por sus marcadas diferencias con el guerrillero hecho presidente de Nicaragua, en 1994 se distanció de él hasta el día de su muerte, incluso volviéndose uno de sus mayores críticos. Como todo sanmarquino, jamás he sido prejuicioso por la ideología que profesan los filósofos, intelectuales o políticos que leo o conozco.

En su hora de muerte, considerando su carácter contestatario con las causas sociales en su país -siempre andaba con una boina negra como la que lució hasta el final de su vida Ernesto “Che” Guevara, lugarteniente de Fidel Castro en su asalto a La Habana en 1959-, quisiera relievar en su hora menguada, la disciplina clerical del reconocido vate nicaragüense. Lo voy a explicar. Luego de que el papa Juan Pablo II lo recriminara públicamente en el mismísimo aeropuerto de Managua (1983), apenas aterrizado el avión que lo trasladaba en viaje pastoral hasta ese país centroamericano, Cardenal jamás se irguió ante la autoridad papal y, lejos de ello, permaneció de rodillas como él mismo había previsto voluntariamente recibir al Papa el tiempo que el pontífice lo dedicó para inquirirle que decida entre vivir sacerdote o dedicarse a la política. Karol Wojtyla había externalizado en ese gesto su frontal combate al comunismo con el que lidió en carne propia como arzobispo de Cracovia en Polonia.

Incluso, el Vicario de Cristo lo conminó a divinis -“lejos de lo divino”-, es decir, fue suspendido del ejercicio de la orden en 1984. Recién en 2019, le fue levantado por Francisco y el aplaudido poeta latinoamericano, restituido en sus prerrogativas como presbítero, celebró desde entonces contadas misas privadas y hasta poco antes de expirar, dio la bendición al obispo auxiliar de Managua, Silvio José Báez. Cardenal, aunque siempre sacerdote desde 1965, permaneció por los 36 años últimos años de su vida obediente al castigo pontificio.

TAGS RELACIONADOS