Supongamos que 10 niños que nunca jugaron basquetbol inician su actividad por igual con un entrenador. Al rato, unos niños corren más, driblean mejor, encestan con más precisión que otros. Tuvieron igualdad de oportunidades, pero se produjeron diferencias. ¿Hay que presionar al más débil, que entrene más horas? ¿Permitir que se agrande la brecha? Hagan lo que hagan, se generarán diferencias (pueden cambiar “basquetbol” por “matemáticas” u otra área). ¿Qué dice la pedagogía siglo XX, la de los estándares y expectativas de logro iguales para todos? Si haces lo mismo con todos y les exiges lo mismo, eres justo y les has dado igualdad de oportunidades (así genere brechas y golpee la autoestima del “fracasado”). En suma, esa igualdad lo que hace es legitimar la desigualdad, y jerarquizar a los alumnos generando enormes tensiones entre ellos.
¿Qué dice la pedagogía del siglo XXI, la que valora y respeta la diversidad? Plantéale retos diversos a todos, en función de las inteligencias múltiples, facilitando que cada uno se cultive más en aquello en lo que tiene mayores fortalezas, sin aspirar a que todos se desempeñen igual en todo, porque en cualquier área siempre habrá diferencias en los logros. Si cada alumno va a descubrir qué le gusta, en qué es competente, qué despierta su pasión, eso impulsará su autonomía, creatividad, disciplina, buena convivencia y deseos de aprender.
La igualdad de oportunidades del siglo XXI radica en respetar el derecho de cada alumno a tener éxito allí donde están sus fortalezas y su pasión. Esa es la locomotora que arrastrará a todo lo demás.