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La tecnología debe transformar la escuela, no suplantar a los docentes. No es una herramienta neutral. Está reescribiendo la manera como pensamos sobre todas las cosas en nuestra sociedad. Su potencial es ilimitado, pero deberíamos ser cuidadosos con su uso para la educación.

El hecho que un estudiante use una laptop u otro equipo electrónico e integre la tecnología a la educación no significa que ocurra un “aprendizaje moderno”. La tecnología debe estar allí, pero debe ser invisible. Debe usarse para inquirir, crear, compartir, colaborar, investigar, aprender. Lo esencial no es el uso de la tecnología, sino el aprendizaje.

Cuando la tecnología se vuelve invisible y los alumnos usan una combinación de libros, internet, entrevistas a expertos, interacción por las redes, se desplaza el foco de la tecnología hacia la investigación, colaboración y comunicación estética de las ideas. Cuando la tecnología se vuelve invisible en la escuela, el aprendizaje se convierte en el foco. 

Esa debería ser la meta de la incorporación de la tecnología a la educación. (Building Schools 2.0 de Lehmann y Chase, págs. 215/6 y 221/3). En cuanto al software, debemos ser escépticos sobre su capacidad para individualizar el aprendizaje en la medida que su diseño aspira a que los alumnos aprendan los mismos contenidos definidos por los estándares comunes para todos. Allí se termina la personalización de la enseñanza, que debiera darles la oportunidad a los alumnos de escoger lo que quieren aprender y, en particular, focalizarse en sus fortalezas y no sus debilidades, como en el sistema tradicional.

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