Cuando recién aparecieron los resultados y rankings de PISA me entusiasmé porque brindaba un elemento referencial internacional para visualizar comparativamente las capacidades acumuladas por jóvenes de 15 años de diversos países en matemáticas, lectura y luego ciencias. Los resultados me parecían lógicos, en particular los de arriba, nórdicos, asiáticos y países desarrollados angloparlantes del Commonwealth británico que habían invertido por décadas en educación. También los de abajo, entre los que estaban todos los latinoamericanos con el Perú en la cola, países que habían abandonado su educación por décadas.
Sin embargo, con el paso del tiempo lo que ha ocurrido es que PISA se ha convertido en el superministro de educación mundial, que está anclando los currículos escolares a los paradigmas del pasado, que asociaba esas tres áreas a la buena formación escolar. Los países asiáticos y, en alguna medida, todos los otros han convertido sus secundarias en academias de entrenamiento para obtener mejores puntajes en PISA. De todo ello posiblemente se reirían Howard Gardner, autor de la teoría de las inteligencias múltiples, y miles de artistas, comunicadores, informáticos, deportistas, técnicos, líderes políticos, sicólogos, humanistas, vendedores y emprendedores exitosos, cuyas fortalezas se deben al cultivo de áreas que PISA no evalúa o devalúa por su ausencia.
El mismo Andreas Schleicher, director de PISA, reconoce que miden Matemáticas, Lectura y Ciencias solo porque son más fáciles de medir. Por lo tanto, contextualicemos la información que PISA da, deslindándola de la que no da.