Transcurridos los primeros momentos del “oh, qué horror”, la verdad es que ya nada debería sorprendernos de lo que es capaz de hacer cualquier peruano cuando le dan atribuciones en el Estado. Por eso es que la gente sonríe o hace muecas cuando escucha esos encendidos discursos patrioteros, de que “he venido a servir, no a servirme”.

Aunque suene redundante hay que volverlo a decir: la cultura del vivo sigue y seguirá vigente durante muchas décadas, tanto que algunos ya consideran una conducta normal el aprovecharse de la ventaja, sin importar los demás. Es exactamente lo mismo que saltarse la cola del banco, deslizarle unos billetes al policía, cruzarse la luz roja.

Solo cambian las escalas o las proporciones. No va a ser fácil cambiar esta cultura, tampoco será suficiente con mejorar nuestros criterios de elección de los políticos en abril próximo. El próximo gobierno, el próximo Congreso, nos seguirá regalando estos papelones de ponerse primero (y calladito) en la cola de las vacunas.

Nuestra única esperanza es que nosotros, los que no somos gobierno, no somos políticos, no mamamos de la teta del Estado, aprendamos a detectar, corregir y sancionar estos malos hábitos. No hay país en el mundo con mayor honestidad que otro, lo que hay es países con mejores sistemas de aplicación de sanciones que disuaden a portarse mal. Cuando aquí sea más duro el castigo que el premio, por apropiarse de lo ajeno, verán que hemos comenzado a cambiar. ¿Quieren un lugar de la Memoria? ¿El muro de la vergüenza?

Comiencen con estos y otros depredadores, con sus rostros y sus nombres para vergüenza de sus familias, de sus partidos políticos. Un mural para recordar a los médicos que entregaron su vida salvando a los demás, y otro para el oprobio de quienes salvaron su vida atropellando a los demás.