En un mundo donde todo cambia rápidamente y se discute sobre el futuro del empleo ante la omnipresencia de la inteligencia artificial y la automatización que dejará sin tocar pocos roles laborales actuales (jobless economy), las autoridades y decisores se preguntan qué debe hacer la educación frente a ese escenario. ¿Cultivar la creatividad? ¿Inteligencia emocional? ¿Empatía?
Todas estas alternativas intentan incentivar a las personas para que se comprometan con metas superiores a las de corto plazo, a que se planteen aspiraciones y propósitos que le den sentido a la vida más allá de atender sus necesidades de subsistencia.
Robert C. Wolcott sostiene que no basta tener pasión por una actividad, porque hay mucha gente que se apasiona con lo que hace pero que no tiene claro qué es lo que realmente los motiva y empuja a fines ulteriores. La gente debería preguntarse a lo largo de su vida a qué aspirar y descubrir sus misiones y propósitos (“How Education Must Change: Seeking Mission And Purpose In The Jobless Economy”, Forbes, 13/06/2017).
Esto es lo opuesto a lo que usualmente ocurre en la escuela en la que pocos alumnos son incentivados a identificar y seleccionar las misiones a perseguir. La mayoría del quehacer escolar está dirigido por el syllabus y las expectativas que definen los docentes. Luego, en el centro de trabajo, la tensión por la eficiencia canaliza la atención hacia un reducido grupo de objetivos, nuevamente definidos por otros. Rara vez se alienta a los alumnos a pensar en que sus quehaceres pueden mejorar el mundo. Ese nuevo rol le compete a la familia y la escuela.