Proyecto teatral Trilogía reúne obras que ponen en cuestionamiento al Perú a través de las miradas de sus personajes.
Proyecto teatral Trilogía reúne obras que ponen en cuestionamiento al Perú a través de las miradas de sus personajes.

Pobreza, migración, hiperinflación, violencia y crisis social fueron los problemas que marcaron a los peruanos en la década de los años 80 y parte del 90. En esa línea, el escritor y director Alfonso Santistevan intenta evidenciar, a través de sus obras teatrales, una sociedad cuyo presente aún tiene heridas y problemas que no ha logrado resolver.

Bajo esta consigna nace el proyecto teatral Trilogía, que reúne tres importantes obras el dramaturgo peruano: Vladimir, El Caballo del Libertador y Pequeños Héroes, y que se presentan en el Centro Cultural de la PUCP.

¿Cuál es la importancia de las obras que conforman la Trilogía?

Hay varias explicaciones. Alberto Ísola es quien ve la posibilidad de una trilogía, porque son tres obras que hablan sobre el Perú en general. Son obras que reflexionan sobre un país desde personajes y situaciones específicas. Más que recordar la época en la que se dieron, es sobre qué tienen que decir hoy. Las preguntas que se hacen en las obras y lo que dicen los personajes tienen aún vigencia, tantos años después. Otra explicación, quizás, es porque estas obras en su momento cumplieron una función de representación sobre algo que sucedía, de alguna manera capta lo que se sentía entre los años 1986 y 1993. Y el otro sentido es dar a conocer a la gente que nació después de esa época, cómo era eso, qué se sentía y qué nos pasaba como país. Entre los comentarios que recibo, las personas que ven las obras dicen que las encuentran muy vigentes.

¿Eso quiere decir que como país nos hemos quedado estancados?

Yo no creo que nos hayamos quedado estancados. Creo que el problema es que no hemos logrado consolidar un proyecto de país que sea viable; o sea, no hemos podido generar desde la política, la cultura y la sociedad, un proyecto que nos incluya a todos. Un proyecto que realmente incluya toda la diversidad del Perú y las necesidades de todos.

En una entrevista pasada mencionó que no era lo mismo hablar del Perú que de los peruanos. ¿Qué tipo de Perú vemos en la trilogía?

Lo que vemos son peruanos, no el Perú que está en discusión en estas tres obras. Esto es más evidente en Pequeños Héroes porque hay una discusión política e ideológica muy fuerte entre los personajes; pero en las tres obras se ven a peruanos a los que les están pasando cosas y discuten sobre el Perú, y que afirman que no hay un proyecto de país.

¿Cuál sería el perfil de estos peruanos que se ven en las obras?

Es interesante porque es muy diverso. En El Caballo del Libertador hay un profesor que tiene seguramente algún pasado aristocrático, en decadencia pero aristocrático, y a una prostituta que no sabe leer, que no tiene casa, que está en el último peldaño de la sociedad; entonces, son completamente opuestos. En Vladimir está una mujer de clase media con su hijo. Y Pequeños Héroes tiene un rasgo histórico, un aristócrata, uno de clase media que fue anarquista y luego aprista, y por último, un joven senderista. Entonces, estos personajes tienen diferentes pensamientos, ideologías y clases sociales. Hay que reconocer que en el Perú no podríamos decir que hay un perfil de peruano, porque somos diversos y hay una desigualdad tan notoria.

¿Cuál es el mensaje en general de estas obras?

En principio, yo no creo en los mensajes. No creo que el arte tenga que dar algún mensaje. Lo que te propone, creo yo, una obra de teatro -y en especial estas- es confrontar de alguna manera las ideas que tenemos sobre nosotros mismos. A mí me interesa poner en discusión las cosas, me interesa no hacer dogmas, sino hacer arte, porque sino me habría dedicado a la política.

Si el arte no da ningún mensaje, ¿qué entrega?

Yo creo que el arte trata de conectarse mucho más con los sentimientos y lo simbólico; es decir, con aquello que no pasa por una racionalidad, sino pasa por las emociones, por aquello que está muy profundamente arraigado en la cultura. Y se llega a esa profundidad justamente porque se está renunciando, en parte, a la racionalidad y se ingresa a un mundo simbólico, emocional e inconsciente, por decirlo así.

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