La leyenda cuenta que García Márquez necesitó 18 meses para escribir su obra maestra: Cien años de soledad. Encerrado en su casa de la Ciudad de México, Gabo dejó todo para dedicarse a plasmar la vida de Aureliano Buendía (el personaje principal) a través de su máquina de escribir. La epifanía, detrás de la idea de la gran obra, llegó cuando la familia viajaba hacia Acapulco, y la idea de contar historias como su abuela lo hacía, invadió su mente. Detuvo el coche, dio media vuelta y regresó a la ciudad para dedicarse a escribir.
Los grandes amigos de Gabo peregrinaban hacia su casa en Pedregal y “visitaban con más frecuencia que antes, siempre cargados de milagros para seguir viviendo”. En sus memorias, García Márquez recuerda la visita de su compatriota Álvaro Mutis y de Carlos Fuentes, quienes le “daban cuerda para que les contara el capítulo en curso de la novela. “Yo me las arreglaba para inventarles versiones de emergencia, por mi superstición de que contar lo que estaba escribiendo espantaba a los duendes”.
PROBLEMAS.
La frase que inicia este texto fue pronunciada por Mercedes, esposa de Gabo, cuando éste finalmente concluyó su obra después de meses de penurias económicas e incertidumbre, pero lleno de apoyo familiar cuando desistía de escribir la novela. Finalmente, de las mil 300 páginas sólo quedaron 490, escritas con la ayuda de 30 mil cigarros. Gabo le envió la novela a Carlos Barral, encargado de una de las casas editoriales más importantes de habla hispana, quien se limitó a responder que la “novela era mala y que definitivamente no tendría éxito”. Con la perseverancia de quien ha volcado su vida en el acomodo de las letras, Gabo la envió a Francisco Porrúa, director literario de la editorial Sudamericana en Buenos Aires, las 590 cuartillas de su obra fueron divididas en dos partes debido al poco dinero con el que la familia contaba. Porrúa, quien ya conocía la obra de Márquez gracias a Luis Hars, terminó de leerla y la publicó en Argentina. El resto es historia.
Cuando la editorial mandó la primera copia de las pruebas de imprenta, Gabo las llevó ya corregidas a una fiesta en casa del cineasta Luis Alcoriza y de su esposa, Janet Riessenfel, en la que el invitado de honor era el cineasta español Luis Buñuel. Alcoriza estaba tan fascinado en la conversación, que Gabo decidió dedicarle las pruebas: “Para Luis y Janet, una dedicatoria repetida pero que es la única verdadera, del amigo que más los quiere en este mundo. 1967”. Las pruebas, valuadas en miles de dólares, permanecieron bajo custodia del matrimonio hasta su muerte, pues se negaron a vender “una joya dedicada por un amigo”.
Sin embargo, detrás de la historia que bien podría inspirar otra novela, existe otra versión, una que parece se develará gracias a los estudios de Álvaro Santana Acuña, docente de la Universidad de Harvard, y quien escribe un libro sobre la transformación de unos de los clásicos mundiales.
Según lo escrito por Santana, y de lo que podemos tener un adelanto en la revista Nexos en 2014, el trasfondo de la historia de Cien años de soledad incluye a William Faulkner, Fidel Castro, la familia Rockefeller y la CIA. La investigación de Santana sostiene que Gabo comenzó a escribir Cien años de soledad en 1950, cuando publicó en la revista Crónica –publicación colombiana- La casa de los Buendía (Apuntes para una novela), en el que ya figuraban algunos de los elementos característicos de Macondo.
A partir de esa publicación, Gabo cargaría consigo un manuscrito de setecientas cuartillas, titulado La casa, que lo acompañaría en su recorrido por toda América Latina, hasta llegar a México. Desilusionado por el escaso éxito de sus novelas, Gabo incursionó en los guiones para cine, mientras escribía para diversas revistas en aras de mantener a su familia. Su entrañable amigo, Álvaro Mutis lo contactó con La mafia; un grupo de artistas con amplio reconocimiento en el sector intelectual hispanoamericano. A través de este círculo, Gabo logró contactar a Rodman Rockefeller, el editor Alfred Knopf y la agente literaria Carmen Balcells, quien ofreció un magno contrato a Márquez y que lo llevaría a pulir la última versión de Cien años de soledad.
Según Santana, el año anterior a su publicación, múltiples medios publicaron siete capítulos de la novela, mismos que presentan numerosos cambios con respecto a la novela final, por ejemplo, que el padre del coronel Aureliano Buendía no lo llevó a conocer el hielo, sino a un camello. Asimismo, la ubicación precisa de Macondo fue borrada para aumentar su aislamiento y reforzando así, sus características de paraíso terrenal. El académico de Harvard también señala que Remedio la Bella tenía otro nombre: Rebeca de Asís, y que el último de los Buendía en realidad se suicidó.
Mientras García Márquez terminaba la última edición de su obra, la promoción del libro comenzó. La campaña promocional duró por lo menos un año, hecho que causó que al momento de publicarse, el libro se agotara en tan sólo de dos semanas, y en menos de un año el libro tuvo cuatro ediciones. La historia cuenta el resto.
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