El 28 de noviembre de 1969, José María Arguedas, el escritor que llevó la narración indigenista a su real, justa y auténtica expresión, asentada sobre la capacidad creadora de la población indígena, después de cuestionar y superar las visiones de otros importantes escritores que se ocuparon del tema antes que él, como Ventura García Calderón, Enrique López Albújar e incluso Ciro Alegría, se disparó el último y casi certero balazo con el que concluyó su vida.
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El escritor nunca pudo superar sus tramas afectivos, angustiantes y terribles, lo que le llevó a discurrir una vida en permanente agonía y angustia, pese al tratamiento especializado que recibió por parte de importantes especialistas, especialmente de la siquiatra chilena Lola Hoffman. Varias veces intentó el suicidio, pero siempre fallaba. Hasta que eligió el medio definitivo y se disparó un certero e infalible balazo. Después de pocos días de agonía dejó de existir a comienzos de diciembre.
NO FUE UN SUICIDIO ARREBATADO O DECEPCIONADO
No fue el suicidio de un decepcionado o arrebatado, sino la determinación de alguien que había ensayado varios medios para superar sus angustias personales y, sobre todo, sociales y culturales. Por eso también, siendo profesor de la Universidad Nacional Agraria, eligió para su acto final un día sábado, en que ya no había clases, de manera que las actividades académicas no se interrumpirían, según era su deseo expreso.
Entonces escribió la siguiente dramática, angustiante y agónica epístola, así como unas notas alusivas a sus alumnos:
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CARTA AL RECTOR DE LA UNA
Señor Rector de la Universidad Nacional Agraria, Jóvenes estudiantes: Les dejo un sobre que contiene documentos que explican las causas de la decisión que he tomado.
Profesores y estudiantes tenemos un vínculo común que no puede ser invalidado por negación unilateral de ninguno de nosotros. Este vínculo existe, incluso cuando se le niega: somos miembros de una corporación creada para la enseñanza superior y la investigación. Yo invoco ese vínculo o lo tomo en cuenta para hacer aquí algo considerado como atroz: el suicidio. Alumnos y profesores guardan conmigo un vínculo de tipo intelectual que se supone y se concibe debe ser generoso y no entrañable. De ese modo recibirán mi cuerpo como si él hubiera caído en un campo amigo, que le pertenece, y sabrán soportar sin agudezas de sentimiento y con indulgencia este hecho.
Me acogerán en la Casa nuestra, atenderán mi cuerpo y lo acompañarán hasta el sitio en que deba quedar definitivamente. Este acto considerado atroz yo no puedo hacer en mi casa particular. Mi Casa de todas las edades es esta: la UNIVERSIDAD. Todo cuanto he hecho mientras tuve energías pertenece al campo ilimitado de la Universidad y, sobre todo, el desinterés, la devoción por el Perú y el ser humano que me impulsaron a trabajar. Nombro por única vez este argumento. Lo hago para que me dispensen y me acompañen sin congoja ninguna sino con la mayor fe posible en nuestro país y su gente, en la Universidad que estoy seguro anima nuestras pasiones, pero sobre todo nuestra decisión de trabajar por la liberación de las limitaciones artificiales que impiden aún el libre vuelo de la capacidad humana, especialmente la del hombre peruano.
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Creo haber cumplido mis obligaciones con cierto sentido de responsabilidad, ya como empleado, como funcionario, docente y como escritor. Me retiro ahora porque siento, he comprobado que ya no tengo energía e iluminación para seguir trabajando, es decir, para justificar la vida. Con el acrecentamiento de la edad y el prestigio las responsabilidades crecen y si el fuego del ánimo no se mantiene y la lucidez empieza, por el contrario, a debilitarse, creo personalmente que no hay otro camino que elegir, honestamente que el retiro. Y muchos, ojalá todos los colegas y alumnos, justifiquen y comprendan que para algunos el retiro a la casa es peor que la muerte.
He dedicado este mes de noviembre a calcular mis fuerzas para descubrir si las dos últimas tareas que comprometían mi vida podían ser realizadas dado el agotamiento que padezco desde hace algunos años. No. No tengo fuerzas para dirigir la recopilación de la literatura oral quechua ni menos para emprenderla (…).
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IMPORTANCIA DE LA PARTICIPACIÓN ESTUDIANTIL
En otro acápite de su dramática carta destaca la importancia de la participación estudiantil en el gobierno de la universidad. “Declaro haber sido tratado con generosidad en la Universidad Agraria y lamento que haya sido la institución a la que más limitadamente he servido, por ajenas circunstancias. Aquí, en la Agraria, fui miembro de un Consejo de Facultad y pude comprobar cuán fecunda y necesaria es la intervención de los alumnos en el gobierno de la Universidad”.
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MÚSICOS ANDINOS Y DISCURSOS
Si a pesar de la forma en que muero ha de haber ceremonia, y discursos, les ruego que no tomen en cuenta el pedido que hago en el “Ultimo Diario” con respecto a los músicos, mis amigos, Jaime, Durand o Damián Huamani, pero sí el de Alberto Escobar. Es el profesor universitario a quien más quiero y admiro, él y Alfredo Torero. Anhelaría que Escobar leyera el “Ultimo Diario”. Digo que no se tome en cuenta lo de los músicos no por otra razón que los inconvenientes de cualquier índole que puedan haber. Además ese “Diario” es más que un pedido expresión final de anhelos y pensamientos. También, sí, confirmo mi deseo de que, si han de haber discursos que sea un estudiante de La Molina. Dispensadme.
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EL SÁBADO NO PERTURBA A LA UNIVERSIDAD
Otro aspecto que revela el gran respeto del autor por la universidad se manifiesta en su determinación de eliminarse no cualquier día de la semana, sino un sábado, cuando las actividades académicas entonces eran mínimas: “Elijo este día porque no perturbará tanto la marcha de la Universidad. Creo que la matrícula habrá concluido. A los amigos y autoridades acaso les hago perder sábado y domingo, pero es de ellos y no de la U.”
J.M.A.
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