Manuelcha Prado toca su guitarra antes de empezar esta conversación, como si quisiera invocar lo más profundo del Perú.

El instrumento nos acompaña en todo momento, no solo físicamente, sobre la mesa, sino como una presencia que nos permite hablar de la música andina, el quechua y la poesía.

Aunque su ser poético está en las cuerdas, el maestro nos revela, con humildad, que también escribe poemas y que está pensando en publicarlos. Este es uno de sus proyectos pendientes en un momento en que cumple 50 años de trayectoria musical. Como escribió Vallejo en "Los nueve monstruos": "Hay, hermanos, muchísimo que hacer".

¿Siente que ha cumplido sus metas de juventud?

He cumplido parte de mis objetivos musicales. Aún hay mucho por hacer. Estamos iniciando la segunda etapa de nuestra juventud y vamos a seguir trabajando en (con) la guitarra. No nos alcanzaría ni siete vidas para totalizar la gran experiencia musical y cultural de nuestro país.

¿Cuánto ha cambiado la música andina y qué camino sigue en comparación con los nuevos ritmos? 

Hemos sido bombardeados por música exógena, y ni siquiera de la mejor calidad. Gran parte de la juventud cree que esa es la música peruana, la mejor música universal. Ante esto, los cultores y la población deben tomar conciencia y defenderse para seguir difundiendo. No hay queja, sino constatación de que debemos seguir asumiendo nuestro ser peruano, andino, amazónico.

Ahora hay una revalorización de nuestra cultura, como el quechua en la literatura, el cine, la universidad, la televisión... 

El problema es el prejuicio. Y el Perú es un país de prejuicios: sociales, raciales, musicales, gastronómicos. Es cuestión de actitud, voluntad. La juventud está tomando la posta. Hay un combate frontal al prejuicio, y eso es saludable.

Hay una riqueza detrás del quechua que se desconoce… 

El quechua es un idioma poético y del amor, del cariño. Basta con que se le agregue un sufijo a un verbo para que varíe y sea más afectivo. Te da una cercanía al interlocutor. También es un idioma filosófico: encierra la visión del mundo del hombre andino.

¿Cómo fue su primer contacto con la poesía? 

Fue en el colegio. Tuve un gran maestro: don Cristóbal de la Rosa. Empezó a darme, en dosis homeopáticas, poemas de Vallejo, Darío, Chocano. Había que recitar en la escuela, de memoria. “Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé”. Él me explicaba que para recitar ese poema tenía que escudriñar cada frase y darle intencionalidad. Aprendí que la poesía es hondura en cada letra, palabra y sílaba.

Vallejo te impacta con frases sencillas: “¡Tú no tienes Marías que se van!”... 

Caramba, sí. Y por eso digo que está bien que en estos tiempos tan torrentosos, oscuros, feos, desaparezca un poco, se esconda. Es un decir. Porque la poesía no debe ser maltratada. La poesía tiene que ser una tabla de salvación del género humano, una brisa fresca, un bálsamo. Ese es el papel de la poesía: humanizarnos más.

La poesía es necesaria en estos tiempos… 

La poesía tiene que ser dada a niños, jóvenes, en los colegios, de manera respetuosa. Y se debe recitar frente a un público ávido de poesía. Uno no puede dar su poesía, por ejemplo, a los cerdos. No le puedes dar perlas a los cerdos. Si vivimos en una ciudad tan caótica, donde el mango de la sartén lo tiene gente insensible, entonces la poesía se desperdicia, llora, sufre.

¿Usted escribe poesía? 

Tengo ahí, escondido.

¿No piensa publicarla?

Me gustaría. Es uno de los proyectos pendientes. Lo digo ahora, porque no lo sabe ni mi equipo. Tengo ya avanzado todo un bagaje poético en español y quechua.

Este camino que ha hecho debe tener momentos dichosos... 

Sí, los hay, como cuando di mi primera serenata, enamorado de la vida y de una linda mujer en Puquio, mi tierra natal, y compuse "Trova de amor". Mi primer concierto en el Teatro Segura en 1981: en el público tuve al gran Raúl García Zárate, al poeta Mario Florián, a Teodoro Núñez Ureta. Cuando toqué en la BBC de Londres y Jimmy Page estaba ahí. Tomamos un par de vinos y le gustó el arranque de nuestra música y dijo que le hubiera gustado escucharlo antes, de joven, para incorporarlo en su música, porque él hace fusiones interculturales. Y los momentos más hermosos también son cuando nos reunimos cinco amigos, al rededor de un buen vino, y lanzamos yaravíes, huaynos, sin ningún tipo de camisas de fuerzas.

Y seguro que también hubo días tristes… 

Sin duda, muchos. Perdí a mi esposa hace cuatro años. Un momento muy doloroso, del cual todavía uno no puede recuperarse del todo.

¿Qué consejos les da a los jóvenes que inician en la música? 

El Perú aún es un país con mucho prejuicio, y los jóvenes tienen que blindarse, en primer lugar, frente a eso. Yo lo llamo "síndrome colonial", que atraviesa a todas las clases sociales. Si alguien inventa un programa antiprejuicio, le doy todo mi capital, mis guitarras, por ver a mí país libre de prejuicios. Porque el prejuicio no te permite ser tú mismo. Y si se trata de guitarra en particular, es una pasión que necesita perseverancia, amor, concentración. El músico que está trabajando tiene que estar en goce. Si te fastidia, algo está fallando. Descubrir una verdad en la guitarra te da plenitud. Seguro que también en la poesía: alguien que descubre una metáfora se llena de energía. Y esa es la vida: nunca perder la capacidad de asombro.

De no haber sido músico, ¿qué le hubiera gustado ser?

Creo que poeta.

Está a tiempo… 

(Risas) Todo mi ser poético seguramente está volcado en las cuerdas. 

PERFIL

Manuelcha Prado

músico peruano

Nació en Puquio, Ayacucho, en 1957. Es uno de los músicos más importantes del país. Ha lanzado 13 discos. En 2015 se convirtió en el primer artista andino en ser condecorado por la Organización de los Estados Americanos (OEA).