Los primeros relatos de Orlando Mazeyra Guillén, que ahora se pueden leer en la reedición de Urgente: Necesito un retazo de felicidad (Aletheya, 2018), abren el camino de las exploraciones sobre la locura, el sexo y el amor, entre otros temas que el autor arequipeño ha desarrollado, transitando por el filo de la cornisa, en sus siguientes libros.
Correo conversó con Mazeyra sobre su primer libro, la literatura y lo que significa escribir en un presente donde las letras y la cultura son relegadas a un segundo plano.
¿Qué has encontrado en la relectura de tus primeros textos?
Lo primero que noto es que cuando empecé a narrar era muy disperso: hay, por ejemplo, algunos relatos con cierto halo fantástico, absurdo u onírico; también hablo de mis primeras exploraciones acerca de la vejez y de la muerte. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que mis primeros dos libros -este y La prosperidad reclusa, publicado en el 2009- fueron una especie de preparación para llegar a Mi familia y otras miserias (2013), que es por lejos el que más me costó escribir.
¿Qué significa el primer libro para un escritor? ¿Fue difícil?
Sí, fue complicado. Hace diez años en Arequipa no había la sólida oferta editorial de ahora. Tuve que viajar a Lima y publicar con una editorial que estaba en ciernes. Luego aparecieron algunas críticas negativas que más tuvieron que ver con un ajuste de cuentas con el editor, pues a mí nadie me conocía en la capital (aún son muy pocos los que me conocen, como suele ocurrir con los escritores que no somos de la capital).
En tus relatos se tocan temas como la locura, el sexo y el amor, una exploración que continuaste en tus siguientes libros...
La locura es una suerte de reincidencia (o deformación familiar, si me permites). Influyó mucho que uno de los hermanos de mi madre, mi tío Julio, sea esquizofrénico. Durante mi infancia, todos los fines de semana iba a la casa de mi abuela y me entretenía con sus anécdotas y dislates… que, por cierto, a otros familiares horrorizaban. Él y su enfermedad mental me marcaron mucho. Por otro lado, el sexo me alejó para siempre de la infancia. Y el amor se expresa o canaliza a través de Micaela, que vendría a ser mi musa o algo que se le asemeje.
En “Cierra los ojos y muere”, el narrador dice: “Y la abuela nunca más volvió a ver el mundo porque el mundo está mal hecho (o quien lo hizo fue tan humano que, intentándolo hacer, lo hizo mal)”. ¿Buscas en la literatura ese mundo ideal para ti?
Cuando escribo quiero que, a pesar de todo, las cosas salgan bien. Un mundo ideal sería aquel que me exonere de la muerte, y en la literatura encuentro esa “oportunidad” que, aunque efímera, siempre me da ese retazo de felicidad que tiene que ver con el título del libro: un anuncio clasificado que nunca me atreví a publicar. Quizá algún día por fin lo haga.
“Preguntarme por qué escribo cuando nadie lee ya es como si me preguntaras por qué respiro si nadie más respira en este mundo”, dijo Mircea Cartarescu en su discurso por el Premio Formentor 2018. En tu caso, ¿por qué escribes en una actualidad que margina la literatura y la cultura?
Me gusta recordar una reflexión de Piglia. Él señala que la escritura no es una vocación, ni tampoco una decisión; sino una manía, un hábito, una adicción. Si uno deja de escribir, se siente peor, más infeliz, vacío e incompleto. Y si me permites otra cita, quiero recordar lo que afirmó Ishiguro cuando recibió el Nobel el año pasado: “Las ficciones versan sobre una persona que le dice a otra: así me siento yo. ¿Entiendes lo que digo? ¿Tú también lo sientes así?”. Escribo para conectarme con los potenciales lectores y que ese vínculo dure para siempre… Otra quimera...