Oswaldo Reynoso, lámpara incandescente
Oswaldo Reynoso, lámpara incandescente

Hace un año, dentro de su casa en Jesús María, donde creaba y recibía la visita de jóvenes escritores, falleció envuelto en la calma de la madrugada.

La figura del maestro, a pesar de su ausencia física, se mantiene latente en el colectivo literario y cultural del país. Sus historias aún son leídas en los colegios junto a textos de César Vallejo y Julio Ramón Ribeyro. Era un lujo, repetía en vida, que los estudiantes de primaria o secundaria vivieran las penas de Colorete, las aventuras de Cara de Ángel, la esperanza del Rosquita.

Hoy no podemos escucharlo en la presentación de un nuevo libro -era un escritor incansable- con sus críticas a las “mafias literarias” y compartiendo el gusto por la prosa poética que iluminó sus libros, algunos considerados clásicos de las letras peruanas, como Los inocentes y En octubre no hay milagros; sin embargo, su pasión por la literatura, su vida entregada a dar una voz al lenguaje popular, su incansable labor para dar un matiz crudo y revelador de las injusticias en el suelo peruano aún persisten en las hojas incandescentes de su obra.

El autor de El goce de la piel buscaba la felicidad en la escritura, a pesar de que la sociedad no veía con buenos ojos sus oraciones llenas de poesía y vida.

“Escribo porque quiero leer libros como los que escribo. Escribo para ser feliz”, fueron algunas de las frases de Orhan Pamuk que citó Reynoso en 2013 en el auditorio de la Casa de la Literatura, donde fue condecorado en un espacio repleto de jóvenes y adultos.

LITERATURA Y VIDA. Al cumplirse un año de su muerte, Correo conversó con tres escritores peruanos que reflexionaron sobre la figura del narrador arequipeño y cómo sus libros, vapuleados en algún momento, cambiaron el panorama literario nacional.

“Yo creo que lo más importante es que los jóvenes lo lean. No hay escritor como Reynoso para hablar de las cosas que todavía persisten, como la discriminación, sea de índole racial o sexual: quién eres, cómo te vistes, dónde vives, cómo te apellidas. Él lo vivió terriblemente en Arequipa”, nos comentó el escritor Orlando Mazeyra Guillén desde la Ciudad Blanca.

Para Mazeyra, el novelista iba contra el orden establecido. Reynoso no necesita una mesa, un stand, algún afiche con su nombre. El creador literario tan solo se instalaba en la banca de un parque, con la maleta llena de ejemplares de Los inocentes y En octubre no hay milagros, y los vendía a cinco y diez soles, respectivamente.

“Él integró el grupo Narración en los 60, que agrupó a autores como Miguel Gutiérrez o Antonio Gálvez Ronceros. La voz disidente de Oswaldo quedará como un ejemplo de integridad y coherencia, una voz de protesta ante la calamidad de corrupción en que se ha convertido este país por no oír a sus intelectuales”, nos expresó el poeta Miguel Ildefonso.

INFLUENCIA. Tanto Ildefonso como el escritor y docente Marco García Falcón reconocieron que siempre vuelven a leer Los inocentes.

“(...) Y en general Reynoso nos enseñó que lo único que tiene un escritor, lo único verdaderamente suyo, es el lenguaje. Y las sensaciones, y la experiencia de vida, y la mirada de mundo que hay detrás de él y que hay que expresar con la más pura libertad. Y la persistencia, siempre la persistencia frente a una materia que, lo mismo que lo puede decir todo, también puede ser absolutamente insignificante”, apuntó García Falcón.

Orlando Mazeyra, por su parte, reflexionó sobre Arequipa lámpara incandescente, el último libro de Reynoso.

“Estas pedagógicas narraciones íntimas, escritas con ética y belleza en clave epistolar, están dirigidas a todos los lectores de Oswaldo Reynoso y solo exigen, aparte de complicidad sin límites, un corazón a la altura de su inocencia”, concluyó Mazeyra.

Homenaje

Hoy a las 19.30 horas, en el bar Don Lucho (Jr. Quilca 216), se desvelará un retrato de Oswaldo Reynoso. El ingreso es libre.

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