Convertirse en padre de Julieta y tratar de afrontar el reto que supone esta aventura no han hecho más que generarle diversas emociones y sentimientos encontrados.
"Algún día te mostraré el desierto", el diario de paternidad que escritor y periodista peruano Renato Cisneros
¿Qué te motivó a escribir este diario de paternidad?
Comencé a tomar anotaciones cuando supe que iba a ser papá porque empezó a ocurrir en mí una revolución. Empecé a confrontarme con mis propias ideas acerca de la paternidad, con mis ganas de serlo y a veces con mis miedos de serlo. Pero poco a poco el proceso del embarazo y tras el nacimiento devino en una suerte de crisis matrimonial y el diario empezó a adquirir un tono mucho más sombrío, mucho más quejumbroso, y al final lo que he publicado es un diario de paternidad, pero también es el diario de un hombre de 41 años que se convierte en padre, que es presa de una serie de miedos, de preguntas y de incomodidades que van afectándolo a él y luego dinamitan parte de su entorno. Y más allá de las anécdotas personales, creo que lo que puede resultar interesante en este libro es discutir el tema de la masculinidad, qué tan preparados estamos o no para ser padres y qué tan cierto o no es que la paternidad es esa forma de realización personal que uno siempre ha creído que es.
¿A qué le has tenido o tienes miedo?
A varias cosas. Por un lado, miedo a fallar. Luego, con el paso del tiempo, te das cuenta de que la única manera de ser padre es fallar. Se falla todo el tiempo, son menores las veces en que se acierta y muchas más la veces en que fallas y no está mal que sea así. En buena cuenta creo que la vida está hecha más de hierros que de aciertos. Pero sí, surge el miedo, y el miedo a que esa criatura absolutamente frágil corra algún tipo de peligro. Yo nunca me había sentido realmente responsable de nada, ni de mis trabajos ni de mis relaciones ni de mis pocas pertenencias, sino hasta el hecho de ser papá, además sabiendo que esa no es ni una pertenencia, ni un trabajo, ni una relación únicamente sentimental. Es mucho más que eso. Y es un individuo autónomo, aunque depende mucho de ti, por lo menos en su primera etapa. Entonces, sí, me cambió mucho por ese lado. Y luego, como muchas personas yo soy -o he sido o me acostumbré mucho tiempo a serlo- un tipo muy individualista, absolutamente egoísta, maniático de mis cosas, neurótico, y la paternidad es un ejercicio de la generosidad constante. Empiezas a ver el mundo a través de los ojos de otra persona, una persona que se asombra, que descubre las cosas, y dejas de pensar en ti, en lo que para ti es importante, primordial, y piensas y es una experiencia absolutamente automática, natural, espontánea, no es una experiencia que calcules ni que esfuerces y empiezas a pensar en lo que para esa persona puede ser importante y vital. Y creo que eso hace que toda vida sufra una especie de sismo, de terremoto grado 9.
¿Esa frase de Balzac que citas en el libro [“los que no tienen hijos ignoran muchos placeres, pero también se evitan muchos dolores”] se aplica en ti?
Sí. Yo creo que ese movimiento pendular entre el placer y el dolor, que uno también lo vive en otros momentos y en otras dimensiones de su vida, está muy presente en la paternidad. Creo que son palabras que están en el universo de la paternidad todo el tiempo alternándose: el placer y el dolor, el miedo y la alegría, que era justamente lo que yo sentía cuando supe que iba a ser padre. No solamente me sentí abrumado por lo fantástico de la noticia sino también por el inmediato sentido de responsabilidad que surgió junto con la alegría, el miedo y la paranoia, que si lo haré bien o si o haré mal. Yo con las justas sentía que podía administrar mi vida, ponerle mediano orden a esa vida de soltero, cuarentón, demasiado acostumbrado a sus dinámicas, y de pronto saberte responsable de otra vida te pone un poco contra la pared, pero hay gente que se encarga a un hijo a los 16, 17 o 20 años, y en eso sí me parece que hay un enorme desafío. Yo no podría haberlo hecho, o tal vez sí, pero me ha tocado a los 41 y a veces me siento como un adolescente.
¿Este último libro también ha generado otro terremoto familiar?
Yo cuento mis cosas no tanto por el afán de exponerlas, sino con la absoluta consciencia de que le puedo estar generando una pregunta incómoda al lector, aquel que ve de pronto sus certezas venirse abajo y que aquello que pensaba antes de leer el libro sobre la paternidad y sobre el futuro y sobre la vida marital, al terminar el libro de pronto ya no resiste el mismo análisis y sus ideas cambiaron. Ese es un terremoto que me interesa suscitar.
En el libro recuerdas cómo Gregor Samsa [protagonista de La Metamorfosis de Frank Kafka] se sentía atrapado, encarcelado y tú dices que también has experimentado la misma sensación...
Sí, hubo días que me sentía muy desadaptado. Recuerdo el momento en que escribí eso. Estaba viviendo en la casa de mis suegros, no estaba trabajando, no tenía un manuscrito en el que estuviese metido, mis cosas, mis objetos, mis libros, se habían quedado provisionalmente en un sótano de la casa de mi madre y, de pronto, mi hija estaba en brazos de mi esposa todo el tiempo y conmigo no había una mayor interacción. Entonces me sentí como desposeído, como si no tuviese un lugar, como si mi existencia no tuviera a un lugar físico, como siempre había ocurrido. Yo siempre me he movido en lugares de los que he dependido y que de alguna manera han dependido de mí. El periódico, la radio, mi departamento de soltero. No sé. Eran espacios físicos en los que mi vida se desarrollaba a diario. Ahora en cambio, me sentía muy carente de ese tipo de territorialidad y eso me hacía sentir medio encarcelado. Quizá por eso la figura del desierto creo que funciona porque este, siendo todo el territorio expandido que es, es también una cárcel, es territorio de lo infértil, de lo infecundo, de los seres vivos rapaces, pero por otro lado es el gran escenario del surgimiento de la humanidad, por lo menos en la tradición judeo-cristiana, que es lo que ha alimentado nuestra educación. El desierto también puede ser una metáfora del matrimonio porque también hay vida y también carestía en este mismo espacio, pero si nos referimos al texto que tú has hecho alusión, sí, en algún momento se sentí así, desprovisto de un lugar que fuera enteramente mío, y creo que si algo no debe faltarle uno nunca es esa individualidad que a veces necesita sostenerse y apoyarse en lugares, en objetos. Y no estoy generando una idea materialista del asunto, sino diciendo que es muy importante para un individuo sostenerse en un determinado lugar.
Mencionas constantemente en tu libro las palabras egoísmo y soledad...
Son rasgos que yo siempre he reconocido en mí desde muy chico. Me encanta pasar tiempo conmigo mismo. Claro, es una actitud que no todas las esposas comprenden y no todas las familias entienden. Pero yo no podría renunciar a ellas. Son ellas precisamente las que han cuajado una vocación en la que yo creo firmemente. En alguna página del libro digo eso, que lo único que realmente me pertenece y por lo único que puedo responder, a fin de cuentas, es por mi vocación, es por mis palabras, por las cosas que pueda escribir. Eso es lo único auténticamente mío. Todo lo demás le pertenece al mundo, a otro orden que está lejos de mi alcance. Con las personas uno tiene una relación transitoria, incluso con quienes has tenido una relación larga. Los hijos le pertenecen al mundo. No le pertenecen a uno por más que uno se acostumbra a esa idea o quiere forzar esa idea. Lo único que realmente es mío y no me abandona y está en mí, y gracias en buena medida existe gracias a esa soledad y a ese egoísmo, son mis palabras, mis libros, las ficciones que puedan terminar materializadas o no en una novela. Entonces, quizá porque estoy tan convencido de eso, no temo reivindicarme solitario ni egoísta.
¿Expones parte de tu vida en este libro, pero hay también la intención de pedir perdón, quizá a tu hija, cuando ella lo lea y trate de comprenderte?
No me lo había planteado. De hecho, sí, en algún sentido también es una carta sentimental a mi hija, esperando que la lea en el futuro como quien envía una correspondencia con mucho tiempo de anticipación y que cuando la lea pueda imaginar cómo yo me sentía en los primeros días de su vida, incluso antes de que ella llegara al mundo. No sé si es expresamente un pedido de disculpas pero sí es un pedido de entendimiento, es un deseo de mostrarme tal cual soy, como diciéndole a esa hija, que todavía no tengo pero que algún día será una mujer capaz de leer y entender y capaz de leerme y entenderme, soy así, y mal haría en tratar fraguar una personalidad que no tengo y de contar una historia que no viví. Eso me pasó. Fui padre. Me asusté mucho. Las abandoné. Se separé. Me fui de casa. Con todo lo duro que eso implica, ni un minuto me he desentendido y soy esto, un cúmulo de errores, de malas decisiones o de decisiones conscientes, y creo que el libro está escrito desde ese lugar, desde el deseo de que algún día mi hija pueda entenderme.
¿Qué le dirías a tu hija ahora? Ella lo verá en algún momento de su vida...
Le podría decir muchas cosas. Es verdad, hoy es 3 de julio de 2019, y quizá esto lo lea mi hija cuando tenga 15 años. Y decirle, no sé, que estoy orgulloso de ser su padre, aunque pueda parecer una frase tan hecha, tan trivial, por ser tan repetida. Voy viajar a Lima desde Madrid para presentar el libro en la Feria y pienso que tres semanas en la vida de una niña próxima a cumplir dos años es un montón de tiempo y siento que es como una segunda separación y de verdad que me conflictúa un poco. Nada. Decirle que ojalá algún día ella lea este libro y se sienta, no sé si orgullosa, pero por lo menos medianamente satisfecha, de que si algo no le faltó a su padre fue honestidad. Me pudo haber faltado valor, agallas y madurez, sin duda, eso no lo discuto y no estoy dispuesto a refutarlo, pero si algo exuda en estas páginas creo que es verdad. Eso.