Catedrático acaba de publicar su libro “Katarsis”, una serie de artículos de reflexión sobre las artes escénicas peruana de los últimos años
Catedrático acaba de publicar su libro “Katarsis”, una serie de artículos de reflexión sobre las artes escénicas peruana de los últimos años

El filósofo Rubén Quiroz ha reunido sus columnas sobre teatro peruano, escritas en un medio local desde 2017 hasta los primeros meses de la pandemia, en su reciente libro “Katarsis” (Máquina Purísima, 2021).

Sus reflexiones han captado la transición de las artes escénicas locales de lo presencial a lo virtual.

Sin embargo, apunta Quiroz, hay tendencias que no han cambiado como el centralismo de un par de distritos limeños y la oportunidad perdida de convertir el teatro en una herramienta cívica y social.

¿Qué patrones has identificado en el teatro peruano de los últimos años?

Hay un crecimiento de propuestas heterogéneas: equipos y comunidades teatrales que se han atrevido a experimentar, tanto a nivel temático como formal. Pero no en toda Lima o lugares importantes del país, sino en algunos distritos con las condiciones e infraestructuras. Hay una paradoja: un crecimiento muy concentrado pero no distribuido equitativamente. Un segundo patrón es que hay una afirmación en esas propuestas de teatro peruano: historias contextualizadas en el país, que reflexionan sobre el contexto social, con diferentes estilos.

Un centralismo desde Lima, a pesar de que hay grupos de teatro en regiones...

El centralismo es estructural. Lo que Valdelomar dijo hace muchos años, que el Perú es Lima, Lima es el jirón de la Unión y el jirón de la Unión es el Palais Concert, sigue cruelmente vigente. Porque parte de la manera de cómo se ha ido redistribuyendo la cultura también responde a cómo se organiza el Perú: un país centralista. Lo mismo se refleja en los sectores culturales.

¿Qué tan estéril es mantener esa mirada de un par de distritos?

Es un tipo de teatro distrital, más que peruano. Un enfoque peligrosamente elitista, que no tiene un enlace con la comunidad que requiere de una educación cívica e incluso estética a través del teatro. Y parte de un punto de vista vertical. Este enfoque distrital no se mueve por la ciudad o lo hace de manera turística. Lima tiene 10 millones de habitantes, 43 distritos y una cultura viviente, muy dinámica, pero los actores y equipos son los mismos de siempre.

¿La virtualidad ha ayudado a cerrar esa brecha?

La oferta de las puestas ha usado las herramientas tecnológicas. Sin embargo, muchas de las zonas requieren cierta infraestructura. Sabemos de la enorme deficiencia que tenemos a nivel de red. Puede aparentarse una apertura y oportunidad, algunos lo han hecho, pero la debilidad de la infraestructura no lo permite.

Antes de la pandemia ya era difícil sostenerse...

Mucha de la gente metida en el teatro lo hace por gusto y placer, pero la gran mayoría vive de otro tipo de actividades. El teatro no paga sus cuentas y menos ahora, salvo algunos pequeños grupos que han logrado tener un equilibrio con formatos más comerciales y un gran aparato mediático.

¿Hay alguna posibilidad de cambio?

No habrá cambio radical. Probablemente tengamos una ilusión por esta explosión de presencialidad que se dará tras el encierro. Pero no habrá cambios substanciales porque en toda la pandemia no ha habido preocupación ni en la parte estatal ni en la privada para la mejora de la infraestructura.

¿Qué se pierde al dejar de lado al teatro y el arte en general?

Somos un país de oportunidades perdidas. El teatro es una herramienta de liberación individual y de formación social, muy poderosa para la convivencia. Ayuda al pensamiento en equipo, promueve la solidaridad, pensar en conjunto y no en la competencia. El teatro tiene que verse como un instrumento de transformación social clave para el país.

Rubén Quiroz Ávila

Catedrático y filósofo. Es presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía y magíster en Literatura peruana y latinoamericana. Ha publicado “La razón racial”, “El teatro de vanguardia en el Perú”, entre otros libros.

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