Historia de enredos y vestuarios de época son propias de las comedias aplaudidas del padre del vodevil francés, Georges Feydeau; que sigue funcionando para maravillar al público en pleno siglo XXI. En este caso, se trata de ‘Hasta que la muerte nos separe’, dirigida por Alberto Isola, la cual se estrenó en el Teatro de Lucía y continúa hasta el 21 de agosto.
La actriz Sandra Bernasconi quien forma parte del elenco de lujo de esta puesta teatral, dialogó con Diario Correo sobre sus influencias familiares en su carrera artística y su contribución con el arte en nuestro país.
‘Hasta que la muerte nos separe’ tiene dos situaciones clásicas de la comedia de enredo de Georges Feydeau. ¿Cómo ha sido la construcción de tus personajes bajo la dirección de Alberto Isola?
Nos basamos en imágenes que ambos teníamos. Por ejemplo, con mi personaje de la partera, tenía la imagen de un dibujo animado. Entre eso, las notas que me da Alberto y lo que va saliendo en cada ensayo del texto, se va armando. Mi primera sensación era un dibujo animado con su maletín hasta definir quien era esta señora que tenía en mi mente. No sé si ese dibujo lo habré visto de niña, pero todo fue con sensaciones e imágenes.
Hay algo interesante en el vodevil y las historias de enredos que sigue divirtiendo al público del siglo XXI. ¿Por qué piensas que sucede?
Creo que no hemos evolucionado tanto en un siglo como seres humanos. Lo que me llama mucho la atención era la forma en la que se relacionan. El autor exagera las diferencias de clases, el maltrato a los domésticos, las relaciones tan complicadas, cómo se trata marido y mujer, sobre todo en la segunda obra donde Javier Valdés y yo somos esposos. Sin embargo, el título que acompaña a estas obras es ‘Del matrimonio al divorcio’, porque después de que te enteras de que tu marido ha tratado de apropiarse de la herencia de tu madre es difícil de reconstruir ese matrimonio. Las historias no son ajenas a lo que vivimos ahora.
¿Qué haces para sentir que cada función es especial?
Realmente no hago nada, simplemente está en mi disco duro. Cada función es única para recuperar o descubrir algo nuevo, o quizás una capa psicológica más profunda que todavía no ha salido. Cada público que se reúne en las funciones, es una energía diferente.
Vienes de una familia de artistas, ¿era inevitable que elijas ese camino?
Esa es una pregunta que me la haré siempre a pesar de la edad que tengo. A veces pienso era inevitable, a veces pienso que todavía no he descubierto algo de mí y que de repente sirvo para otra cosa también. Sigo averiguando por ahí quizás descubro algo nuevo, no es tan estático ni tan claro.
Es más que claro que tu mamá fue tu primer referente en la actuación…
Mi mamá me ha pasado mucho de su sabiduría. Hay cosas como el manejo de texto, que es algo que me encanta, creo que tiene que ver mucho con ella. Siempre me enseñó a diferenciar que cada palabra significa algo y lo que quiero decir.
Tu papá siendo artista plástico, ¿te enseñó alguna de las disciplinas que maneja?
Sí, aprendí algo de orfebrería gracias a él. En una época trabajaba mucho en cobre esmaltado y lo hacía en un momento en el que no hacía teatro.
Cuando tu hermana, tu mamá y tú deciden inaugurar su propio teatro, ¿compartían la misma visión para este proyecto?
Las tres queríamos hacer teatro pero no estábamos de acuerdo con el tipo de obras, pero a poco fuimos encontrando una línea.
Finalmente, ¿qué significa para ti el Teatro de Lucía?
Es como una extensión de cuando vivía en la casa de mis padres. Es mi centro de trabajo y el granito de arena que damos al mundo para contribuir con más arte, de teatro, de lucidez. El teatro permite ver cosas como ser humano replanteártelas o hablar sobre algún tema. Es un espacio donde los ciudadanos puedan tener un espacio de reflexión más.