Vicente Molina: “Me veo escribiendo hasta el final de mis días”
Vicente Molina: “Me veo escribiendo hasta el final de mis días”

Su acercamiento con el cine empezó en su niñez gracias a las entradas libres que recibía de su padre. En la universidad se inclinó por la poesía luego de leer el libro Surrealistas y otros peruanos insulares (1973), a cargo de unos jóvenes Abelardo Oquendo y Mirko Lauer. Ese mismo año publica su segunda novela, Barral, (Premio Busto), en 1983 lanza Los padres viudos (Premio Azorín). Sin descuidar la literatura, se dedica a traducir y crear guiones para teatro. En 1988 presenta el libro La quincena soviética (Premio Herralde). Pero es recién en 2001 que debuta como cineasta con la película Sagitario. En el 2007 saca a la luz la novela El abrecartas (Premio Nacional de Narrativa). En 2009 presenta su nueva cinta El dios de la madera.

El laureado escritor y director español Vicente Molina Foix (68) llegó a Perú para participar de la XIX FIL-Lima y en esta entrevista nos habla de su prolífica carrera literaria y cinematográfica.

“Las ferias literarias siempre tienen de interesante conocer gente; en cada lector hay una historia propia. Y te encuentras con escritores. Yo, de otro lado, pertenezco a una generación española a la que le fue importante la llegada de la literatura latinoamericana”, recuerda Molina.

Se refiere al “Boom Latinoamericano”... Sí, al llamado ‘Boom’, ahora la relación es distinta. Creo que fue mejor el pasado que el presente entre los españoles y los latinos. Yo viví una época en que nosotros, un poco cansados de la tradición española, descubrimos leyendo a García Márquez, Vargas Llosa, Cabrera Infante y Lezama Lima una manera de escribir en la misma lengua, pero contando cosas diferentes.

¿Por qué fue mejor el pasado que el presente entre la literatura latinoamericana y la española? No soy nostálgico del pasado, el pasado lo conozco mejor porque es la época donde me he dado a conocer y he leído con más ansiedad. En un momento de mi vida, pero no soy el único escritor, perdí un poco de curiosidad y me acordé de releer cosas que había leído a los 20 años. Me interesa el presente en el ámbito latinoamericano, español y europeo. A España llegan libros latinos, pero te confieso que una de las intenciones de visitar la FIL es para conocer libros de autores peruanos contemporáneos. Me llevaré mínimo 12 libros.

¿Qué opina de las novelas que al ser llevadas al cine terminan con resultados nefastos? Desde el cine mudo se adapta novelas sin parar. La idea generalizada es que siempre es mejor la novela y el cine siempre la traiciona. En primer lugar, cuando un autor vende los derechos de sus novelas a un productor, vende el derecho a la traición, nunca he mirado con simpatía a los escritores que dicen: ‘mi novela ha sido traicionada’; la traición es necesaria. Hay directores que no solo traicionan las novelas, sino que las hacen mejor. Yo opino que la famosa novela de terror El resplandor, de Stephen King, es peor que la adaptación que hizo Stanley Kubrick.

¿Por qué dice que tecnología y las tablets están matando a las salas de cine? Creo que el cine como ritual o experiencia colectiva desaparecerá con el tiempo. En España, cada vez quedan menos salas de cine, hay capitales donde no hay cines. Es lo mismo que si algún día todos los lectores solo leyeran en tablets, pues se extinguiría el libro. A mí me gusta mucho el papel, yo tuve una polémica amistosa con el mexicano Jorge Volpi. Él decía que “el tiempo futuro era el uso digital”, le dije que no era así. Nunca en mi vida he leído una novela en PDF o en una tablet.

¿Qué está alistando de nuevo, una novela, una película? Estoy escribiendo una novela, ya he hecho diez, lo disfruté enormemente; fueron accidentes en mi carrera muy gozosos. Antes de venir a Lima entregué las pruebas corregidas de un libro de ensayos, Enemigos de lo real, que saldrá a fin de año. El cine siempre es un sueño, hice dos películas casi por azar; nunca pensé ser director de cine, se cruzó en mi vida. Para mí, lo esencial es sentarme delante de una mesa y escribir. Es la imagen en la que me veo hasta el final de mis días.

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