Desde mediados del año pasado, Brasil vive una explosión de ira y descontento. El último fin de semana, a solo cinco meses de la Copa Mundial de Fútbol 2014, miles de ciudadanos volvieron a tomar las calles contra los gastos excesivos que supone el evento deportivo, los actos de corrupción en el Gobierno de Dilma Rousseff y la desigualdad social que divide a la población. Las protestas en más de una decena de ciudades tenían el mismo reclamo: ¿Cómo se pueden gastar más de US$13 mil millones en una Copa cuando faltan tantas inversiones para mejorar los sistemas de salud, educación y transporte?

Las primeras horas de la movilización, convocada por redes sociales, fueron pacíficas. Sin embargo, con el pasar del tiempo se tornaron violentas en ciudades como São Paulo. Bajo el lema "no habrá Copa", manifestantes rompieron los cristales de entidades bancarias, arremetieron contra vehículos policiales y lanzaron objetos envueltos en llamas, provocando incendios. Las autoridades respondieron con bombas de humo y tiros al aire. Pero la turba no cesó. El resultado fue 143 personas detenidas –128 de São Paulo– y un herido de bala luego de enfrentarse a la policía con una navaja.

ENSAYO A ESCALA. El Gobierno y la FIFA temen que las protestas continúen o se reactiven durante la Copa del Mundo, cuando se espera la llegada de más 600 mil turistas extranjeros a las doce ciudades sede. La Copa Confederaciones de junio de 2013 –un ensayo a pequeña escala del campeonato– demostró un avance de lo que se viene. En esa oportunidad, el mensaje llegó alto y sonoro. En la apertura del evento la mandataria Dilma Rousseff y el presidente de la FIFA, Joseph Blatter, fueron abucheados por una multitud de 67 mil personas en el Estadio Nacional de Brasilia.

Aquella vez, la Policía se preparaba para hacer frente a hinchas violentos, al crimen organizado y hasta a algún ataque terrorista, pero a cambio debió enfrentarse al furor de más de un millón de indignados brasileños hartos de las clases políticas. El hecho marcó el mayor movimiento de protestas de Brasil desde 1992, cuando el pueblo salió a las calles a pedir la destitución del entonces presidente Fernando Collor de Mello, denunciado por corrupción.

LA PELOTA SÍ SE MANCHA. La realidad actual no es tan distante. En los últimos meses han surgido reportes de costos colosales y posibles irregularidades en la construcción de estadios, la remodelación de aeropuertos y otros gastos en seguridad y telecomunicaciones destinados a la Copa. El año pasado, incluso, el procurador general de la República, Robert Gurgel, anunció una posible demanda por inconstitucionalidad contra el Gobierno por flexibilizar el método de licitaciones para este gran evento deportivo.

A esto se sumó la denuncia de desalojos y desplazamientos forzados de cientos de vecinos de favelas para dar paso a proyectos urbanísticos enfocados en la cita futbolística. El hecho, que se llevó a cabo sin los debidos procesos ni negociaciones justas, fue denunciado por la Organización de las Naciones Unidas.

"Las protestas son una reacción de grupos que viven una postergación en el ejercicio de sus derechos fundamentales, que ante un evento millonario como es la Copa sienten mucho más la pobreza y la marginación. Es imposible evitar este tipo de reacciones en países de la región donde hay grandes bolsones de pobreza y sociedades olvidadas por el Estado. Lo preocupante, sin duda, es que estas manifestaciones podrían dañar gravemente la imagen internacional de Brasil", analiza el internacionalista Ernesto Velit. Fotos: EFE // AFP

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