A Carlos Baca Flor, la pobreza le arrebató su patria. Tenía cuatro años cuando sus padres debieron migrar en 1871 de Islay, donde había nacido, con destino a Chile. El pueblo estaba decayendo porque dejó de ser puerto, remplazado por Mollendo.
Un signo trágico lo persigue, pues muere su padre y vive penurias bajo la protección de su madre que, sin embargo, alentó sus estudios y vocación. Vivió en Santiago los tiempos de guerra con el Perú y en 1882 ingresó a la Academia de Bellas Artes. Su pobreza lo hacía ir muy temprano para tomar asiento en el aula y disimular sus remiendos. Salía igualmente en el tumulto de los demás con el mismo fin.
Culminó estudios en 1886 y en un concurso ganó medalla de oro y una beca para seguir formándose durante cinco años en Roma. Ya premiado, se sorprende el gobierno que fuese de nacionalidad peruana. Le piden se nacionalice chileno y el jovenzuelo se niega rotundamente, prefiriendo quedarse sin la distinción.
El gobierno peruano del general Andrés Avelino Cáceres valora su gesto y lo lleva a Lima, para darle beca similar. Tres años debió esperar para que esto se haga realidad. En este tiempo produce excelentes retratos de la sociedad limeña y de la familia del presidente con la que guarda estrecha relación.
El 6 de febrero de 1890, por fin parte a Roma. Pasa angustias porque no llega de Lima la otra parte de la beca, pese a sus desesperantes reclamos por carta. Ingresa a la Real Academia de Bellas Artes y egresa con el primer puesto. Dada su miseria resuelve pasar a París en 1893 y encuentras mejores posibilidades de subsistencia.
La historia cambió para el artista arequipeño cuando hizo un retrato del pintor Charles Chabanes la Pallice, en cuyo taller trabajaba. Aquel se entusiasmó con la calidad de la obra y, sin consultárselo, lo envía al Salón de los Artistas Franceses. Baca Flor se entera de su éxito a través de los comentarios de los periódicos y los elogios del mundo del arte. De allí en lo sucesivo sería solicitado para retratar a numerosas personas y cada vez cobra más por sus servicios. Vinieron luego, premios resonantes. A partir de entonces cambiaría su historia.
La crítica de la ciudad luz destaca su gran dominio técnico. Su sentido de observación y de ejecución realista, lo definen dentro del tema más complejo, el retrato. Realiza trabajos de célebres personajes.
FRONTERAS
Su prestigio trasciende Francia y el banquero norteamericano Jhon P. Morgan lo lleva a Nueva York para que haga su retrato. El trabajo resultó un ¡boom! Esto le abre las puertas de la fama en este gran país. Le llovieron contratos. Narró el banquero Morgan que uno de los grandes de la industria comentaba de Baca Flor en una reunión social:-Es un hombre imposible, dice siempre estar ocupado y no quiere recibirme. ¡Habrase visto! ¿Quién se creído que es?
Morgan le respondió:
-No debe mortificarse mi querido amigo. Usted es el rey de la industria, pero Baca Flor es el rey del retrato.
Hoy el retrato de Morgan luce en el Museo Metropolitano de Nueva York.
Lo creen francés, pero más de una vez aclara ser peruano.
El mundo del arte admira sus retratos del cardenal Pacelli, posteriormente elegido Papa Pío XII, del cardenal Bozano, del barón de Schlewig, etc. A su retorno a París en 1929, lo reciben con grandes honores y cálidos homenajes.
Los lujosos y palaciegos salones de la Ciudad Luz se abrieron en su homenaje. En un fastuoso banquete que le ofrecen los altos círculos oficiales, artísticos y sociales parisienses, el destacado escultor Jean Dampt dijo en frases que recogió la prensa: “El Perú puede estar orgulloso de haber visto nacer a un extraordinario pintor de fama mundial, que une a su genial talento profesional, cosa rara, las cualidades de un gran corazón”.
La muerte lo sorprende el 20 de febrero de 1941, a los 77 años de edad, en medio de los aprestos de la segunda guerra mundial.
Sus restos reposan en una tumba olvidada de cementerio francés, esperando el retorno al seno del terruño natal del que ni la miseria ni la gloria le hicieron renunciar.
(*) Artículo publicado en Bellarequipa 2019