Primero fue una sotana y luego una chaqueta vieja de corduroy, pantalón de tela y una boina oscura los que acompañaron a Carlos Spallarossa Pozzo a los sectores más lejanos de una Arequipa, que en 1958 ya se expandía en los cerros.

Pero la prenda que llamaba más la atención de quienes lo conocían era su calzado, unos zapatos simples, pero que siempre estaban con polvo.

¿Qué lo llevaba a recorrer los sectores marginados de una ciudad que había sido devastada por un terremoto? Alimentar la fe de quienes lo habían perdido todo y acercarlos a Dios.

BARRIADAS

Era pequeño, medía un metro sesenta, pero avanzaba a pasos gigantes por las partes altas de distritos como Paucarapata y Alto Selva Alegre. Siempre hizo más de lo que se le pidió, pues la orden de Jesuitas a la que pertenecía lo designó como docente en el colegio San José cuando fue enviado de Lima a Arequipa, pero él decidió caminar más lejos.

Pozzo era visto como un lunático cuando iba a los pueblos jóvenes, cuentan que armaba su altar en rocas planas en medio del descampado, en algunos lugares tenía la aceptación de la población que salía a escuchar su misa, pero en otras solo lo observaban desde las ventanas y luego cerraban las cortinas, pero él era paciente.

Quizá esta virtud la cosechó junto a sus padres y hermanos cuando empezó desde cero en el Perú, una vez que migraron desde Bogliasco (Italia), huyendo de la primera Guerra Mundial que devastó su país, corría el año 1936 y Carlos tenía 18 años.

En nuestro país se dedicó al comercio, rubro en el que tuvo éxito, pero luego decidió ser religioso, igual que su hermano Vittorio. Llegó a Arequipa a los 40 años.

Ver a niños jugar en medio de la tierra, alrededor de casas precarias hizo que Pozzo no solo pensara en alimentar el alma, si no también el conocimiento.

Judith Mejía es una de las personas que conoció al religioso y colaboró con su obra, cuenta que cuando estaba por Alto Selva Alegre vio a unos niños jugar en la calle y les preguntó por qué no asistían al colegio, estos le contestaron que no estaban en ninguno. “En ese tiempo una señorita que vivía por el lugar le dijo que podía ayudarlo, porque ella era maestra, pero el padre le dijo que la ayuda no sería remunerada porque no tenían recursos. Así, ella empezó a enseñar a los niños en mesas improvisadas en locales sociales o cuartitos en las tardes”, dice Judith con una sonrisa.

Más tarde se convertiría en el colegio más antiguo de los Círculos Sociales Católicos de Arequipa (Circa), San Martín de Porres. Por esa época Judith recién se unía a la labor social que el sacerdote hacía en la ciudad, fue invitada por unas amigas y se animó a formar parte. A ella también le recalcaron que la ayuda era ad honorem, pero igual se sumó al equipo como muchos otros profesionales que creían en el trabajo del padre.

TRABAJO SOCIAL

Julio Manrique Corzo hoy tiene 72 años, fue uno de los colaboradores de Circa cuando comenzaron a crearse estas instituciones educativas. Se integró al grupo entre los años 1978 a 1979. En ese tiempo Arequipa se encontraba en ruinas por los terremotos que registraba. De esta forma, Pozzo decidió ayudar en la reconstrucción de muchas casas.

No tenían presupuesto para adquirir materiales, por lo que todo funcionó a base de donaciones, algunas de parte de sacerdotes alemanes, organizaciones sociales y de la Junta de Rehabilitación de Arequipa, que era una institución del Estado encargada de ayudar a los arequipeños. La temática del trabajo era sencilla, narra Julio, pues se entregaban materiales para la construcción de casas y el pago debía ser también con los mismos insumos. “Si se les daba dos bolsas de cemento, ellos debían devolver esto en la misma cantidad cuando su situación económica fuera mejor”, cuentan.

Manrique recuerda que fue a una casa en un pueblo joven donde tenía que hacer la evaluación de los materiales que podían entregarse a una familia, los niños estaban en una situación tan deplorable en todo sentido que Julio no pudo continuar con su trabajo. “Padre no puedo”, le dijo a Pozzo y este le respondió que él tampoco podría hacerlo. Años después, esta misma frase la encontró en un libro de santos. “Decía que si uno no puede hacer las cosas, que las haga por Dios, y entendí la respuesta del padre”.

Pese al ánimo de ayuda, había oposición a la construcción de colegios en algunos pueblos. Martha Apaza Mena, también integrante de Circa, cuenta que en el pueblo joven Buenos Aires, en Cayma, quisieron instalar una institución, pero algunos ciudadanos desconfiaban de la buena voluntad del padre y le negaron un terreno, pero Pozzo buscó otra área más abajo, en el pueblo Francisco Bolognesi, donde ahora está el León XIII.

Por esos mal entendidos, en 1963 fue regresado a Lima por decisión del monseñor Lorenzo Unfried, pero días después retornó. “El padre era muy obediente, si sus superiores le pedían que se regresara a Lima él lo hacía sin reclamos”, dice Judith Mejía. Un día después de que el padre fuera enviado a la capital, un grupo de 100 jóvenes que integraban Circa fueron a protestar de forma pacífica al Arzobispado, Judith recuerda que estuvieron toda la mañana comiendo plátanos y bizcochos, esperando la respuesta favorable de la entidad católica.

Cuando Carlos regresa, fue alzado en brazos por los jóvenes en señal de alegría.

A Pozzo no le pesaba la edad, le gustaba valerse por sí solo, subía las escaleras de forma independiente pese a sus años, recuerdan quienes lo conocieron. Pero luego de 45 años de servicio en la ciudad regresó a Lima por salud en el 2003.

No regresó hasta el 2008 cuando falleció.

8 albergues o Sumac Wasis (Casas bonitas) fueron creados con Circa, ahí se daba cobijo y educación a niños sin hogar.

Javier del Río Alba, arzobispo de Arequipa. “La obra de Carlos Pozzo es una de las más importantes creadas en Arequipa en el siglo XX, corresponde ahora que continúe en la misma dirección”

Campana. Una campanita acompañaba a Pozzo a los barrios más pobres con los que llamaba a la población.