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El viernes 20 de mayo, en la sala Mariano Melgar del Claustro Menor de la Universidad Nacional de San Agustín, se presentó el CD: Sociedad Conima, Jayakata Kunimaru, que contiene un total de 14 composiciones musicales de temas tradicionales e inéditos, distribuidas en 9 huaiños (3 calmados y 6 ligeros), un soldado “palla-palla”, un “imillani”, un “satiri”, un “q’oto” y un huaiño.

La presentación de esta selección es sin ninguna duda un gran acontecimiento musical y cultural por muchas razones: su concepción, producción técnica y realización musical, así como la pasión conimeña y la disciplina de todo el colectivo que ha participado por mucho tiempo en su elaboración.

El título del CD se ha traducido como “A Conima desde la Distancia” y es un homenaje a este distrito ancestral del altiplano lacustre, comprendido en la provincia de Moho-Puno, de muchos de sus hijos que han abandonado físicamente su lugar natal, pero que lo han conservado en la memoria hasta darle una nueva existencia en Arequipa, lugar principal de su estancia migratoria.

En la orilla del lago sagrado como un susurro se arrima el pueblo de Conima, acurrucado por la eólica melodía de un sicuri (sicu), nombre del instrumento que ha identificado al género musical y con el que se le reconoce en el mundo occidental.

El poeta Carlos Oquendo de Amat (Puno-Perú, 1904- Guadarrama-España, 1939), cuando escribió el poema “Madre”, seguro que al sentir ese nombre -lleno de agua- le inspiró que se le venía, además, “lento / como las músicas humildes”. Y esa eólica melodía, tan mínima y sencilla, solo la podemos identificar con la que brota de un “sicuri”, teniendo en cuenta que su padre promovió en los incios del siglo XX estas manifestaciones artísticas.

La melodía del sicu” (zampoña), construido delicada y sutilmente de caña, como lo contó Ramiro Arapa Chura en su reseña histórica, nos llega cadenciosa como el movimiento armonioso de las olas del lago más alto del mundo, o el sonido de la lluvia que cae en ese pesebre de agua o sobre los techos de paja de las viviendas, o tal vez como un rumor inaudible en las orillas lacustres.

Lo escuché por primera vez siendo un adolescente en el parque de la UNSA por la avenida Independencia. Se oía el tambor y la tropa de “sicus” en círculo que danzaba quieta y tocaba lento. Su canto se allegó dulce y tierno en la sensación auditiva pero algo intelectualizado -docto- en el acento musical.

Mi sensibilidad e intuición me llevarían a Puno -ya estudiante de periodismo en la Universidad Católica Santa María. Allí me encontré y desencontré con los escenarios andinos, y esto fue fundamental para mi poesía que hasta entonces se había formado en las pilas bautismales catedralicias de una Arequipa que no sabía muy bien lo que era mestizo, pero que se le notaba aindiada o blanquiñosa, y se reconocía de algún modo en las expresiones “lonccas”. Prueba de ello es el título de mi poemario amoroso: “Flor de cactus” en alusión al famoso huaiño ligero, que en sus versos dice “Muchachita flor de cactus / pedacito de mi corazón”, muy de moda en los grupos de sicuris de los ochenta. Hoy nos encontramos con esta Sociedad Conima que de acuerdo a los tiempos ha elaborado con acuciosidad y adecuados matices técnicos, esta producción musical muy bien asistida por la voz ya autorizada de Pedro Rodríguez Chirinos y la conducción de Juan Carlos Añamuro, quien nos cuenta cómo se ha realizado la no fácil tarea de grabar un disco por pistas cuando te enfrentas a una interpretación musical de forma colectiva.

Para el crítico Rodríguez Chirinos, Conima es “uno de los más importantes núcleos musicales de Sudamérica, donde pervive el “ethos” de la música aymara…por ello conforma la matriz y fuente de todo lo que conocemos hoy en día como “música andina”. También destaca el rol del “sicu” (zampoña), considerándolo un “noble instrumento, motivo de orgullo y alegría para sus interpretantes”. Así como la percusión que con su cuero animal trae a tierra estas “eólicas armonías”.

La música integra de una forma extraña a las comunidades, así como la poesía de José Luis Ayala o Julio Abelardo Luza que acompaña la grabación. Y más en esta época delirante de globalización y poco afecta a las manifestaciones autóctonas de los espacios andinos. Este CD sicuriano cumple, en este sentido, un rol, estoico y prometeico, y no resulta un esfuerzo inútil y solitario. Así como se celebra la presentación de un grupo de jazz en las orillas del lago, ojalá nos alegremos algún día que esta tropa de sicuris se escuche bajo los rascacielos de Nueva York.

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