Castillo, caballero de fondo
Castillo, caballero de fondo

Una mañana en Denver, Colorado, Juan José Castillo, el mejor atleta del país de los años 90, murió por un instante. Su mente perdió toda conexión con el mundo mientras corría el media maratón Boulder. Eran los últimos metros en los que el cuerpo se convierte en una masa muerta. La gente gritándole que no se rinda, come on, boy, Castillo inventando energía y un cerebro que se apagaba como sus últimos pasos antes de la meta. “Forcé tanto que faltando 5 metros se me nubló todo y no sé cómo llegué. Ya después me comentaron los médicos y vi la filmación. Llegué inconsciente pero no me acuerdo cómo. Había entrado segundo.” El hombre de los récords en 5 mil y 10 mil metros resucitó para darnos glorias.

A los 19 años, Castillo, el profe Jujoca, fue a una evaluación médica en Colombia. Le dijeron que no podía correr competencias largas porque su páncreas no segregaba la insulina necesaria para correr. Para que el cuerpo se mueva necesita de energía y esta se genera cuando el glucógeno (generado por la insulina), los ácidos grasos y la proteína son asimilados por nuestro cuerpo. Jujoca solo tenía glucógeno para los primeros 20 minutos. Para su cuerpo, la carrera acababa en ese tiempo. “Y qué puedo hacer, pregunté. Nada solamente dietas pero te van a ayudar muy poco. Me deprimí por no poder correr el maratón”, me cuenta.

Años después esa profecía fue batida. 1991. En Sao Pablo, Juan José Castillo, ganó la medalla de plata en el maratón de San Silvestre, uno de los más reconocidos y agotadores en el mundo. Nadie lo vio partir pero su llegada fue celebrada por todo el Perú, tanto que El Comercio, el diario más importante del país, tuvo que detener su rotativa para considerar la hazaña. Hasta esa fecha el mayor récord peruano era un mediocre puesto 72. Jujoca hizo que todo empezara a correr para adelante. “Castillo um heroi do terceiro mundo”, tituló un diario brasileño. Luego del podio, el peruano no paró de contestar invitaciones a todos los continentes: “Entré segundo detrás de Arturo Barrios, a 20 metros de él, quien por entonces era el mejor corredor del mundo”. Las siguientes conquistas fueron en Colombia, Argentina, Uruguay, Ecuador, Japón. El nombre de Castillo se escuchaba como el pistoletazo de partida. Pero el hombre que corría sin energía descubriría que la felicidad era más corta que un sprint.

Salió del país con 500 dólares, 15 libros y sin la más mínima idea de a dónde iba. En Colombia, el país de salsa y el Pibe Valderrama, estaban los atletas con mayor proyección de los años 80 así se quedó. Antes quiso ser médico, militar, profesor, el rey del mundo. Correr también es un modo de soñar.

Los recuerdos de Jujoca llegan en orden. Como si pronunciara las mismas palabras de hace 20 años. Son detalles insondables que quieren probar sin jactancia que su historia es única e incomparable. “Te van a matar o vas a matar”, le dijo su madre cuando le negó el permiso para entrar en el Ejército. El siguiente paso fue la incertidumbre. Había nobleza en el joven al aceptar esas palabras pero también dudas, como cuando no sabes si acelerar o aguantarte a la mitad de una carrera. Tentó con el ciclismo, la natación. “Yo no tenía una idea de lo que era el atletismo, el atleta para mi era el fuerte, el duro”, me cuenta una mañana luego de su entrenamiento de rutina. El profe prepara a un grupo de muchachos en el estadio de Huancayo, a 3, 200 metros sobre el nivel del mar y ya recuperado de una lesión maldita. Ahora, en el traspatio de su casa, él está con la misma ropa de entrenamiento y yo intentando olvidarme del frío.

El mejor atleta del país comía plátanos para que le alcance el dinero. Salir al extranjero le había descubierto más decepciones que promesas. Necesitaba un cuarto, prepararse, un chequeo médico y un entrenador.

—Señor, ¿usted es Víctor Mora? —pregunté.

—Sí, muchacho.

—Mire, yo vengo de Perú. Me gustaría que me entrene.

—Yo no entreno nada —me dijo—. No me trató bien.

Mora era el primer atleta de Colombia. Cuatro veces ganador del maratón de San Silvestre y segundo puesto en el maratón de Boston. “Me demoré como 10 días para buscar a Víctor Mora. Yo creí que era entrenador, que económicamente estaba bien o tenía algún cargo. Pero me decepcionó. Lo vi y era llamador de un ómnibus.” A los 30 kilómetros de carrera los fondistas tienen una lucha mental entre dejar la competencia o continuar. El muro le dicen. Jujoca tenía que vencer el suyo antes de haber corrido. Pero la insistencia del atleta por ser el mejor era tan intensa como el sol del país donde intentaba ganar. Y, entonces, reinó. Luego de San Silvestre el mundo le entregó el primer carril para él solo. “Eso me abrió puertas, me cayeron invitaciones de todas partes del mundo. De aquí y de allá”, recuerda mientras toma un sorbo de Pepsi. Dinero, viajes, entrevistas y más dinero, reconocimiento y más dinero. Tenía tanto que no dudó en entregar a precio de regalo un carro que ganó en Colombia.

—Y qué vas a hacer con el carro —le preguntaron la noche que ganó.

—No sé pe'. En cuánto está valorizado

—Está 20 mil dólares

Yo era bien loco y ahí nomás dije:

—Vendo un carro, quién quiere, a 18 mil —nadie quería.

—Pero si está 20 mil —reclamó Castillo.

—Pero es a crédito.

—15 mil —bajó la tarifa como quien rifa una mascota.

“Pucha, me acuerdo que ese carro lo recontra rematé. Bromeando dije: Ya quién me da 7 mil dólares. Al toque tres dijeron yo, yo. Ya pe' dame. Y me hicieron un cheque y les di.

Juan José tienes las zapatillas Saucony gastadas por el entrenamiento diario. Prefiere hacerlo en la calle, sobre desniveles, sorteando a los carros. Por eso cuando vuelve a casa están llenas de barro y el polo salpicado de agua sucia como hoy. Estamos sentados sobre dos sillas de madera y una mesa pequeña color blanco. Tiene el cabello rapado a los costados, la frente pronunciada y unas leves arrugas como si siempre estuviera sorprendido, los párpados caídos, la barba entrecana y la mirada de un buen amigo. Pocas veces sonríe el profe. No es distante, no hay soberbia, pero entre él y uno hay miles de kilómetros corridos. Ahora, mientras recordamos aquellos años donde la palabra ganar era su muletilla me habla de María Portillo, su atleta. Una joven que se fue a Estados Unidos y ganó importantes maratones que los medios, atletas y sobre todo, la Federación no recuerdan. El fondismo es un estado mental que necesita incentivos para mantenerse en forma.

En sus años de récords, Juan José no recibió apoyo del Estado. Ahora que lo dice no reniega pero hay rencor en esas palabras. El Perú no es un país al que le importe sus atletas como a Estados Unidos, Inglaterra o Rusia. En 1952, para las olimpiadas de Helsinki, los soviéticos y los países rojos pidieron para sus atletas un alojamiento especial y toda clase de lujos, “sin escatimar las bandejas de caviar ni el salmón ahumado”, como cuenta el periodista Neal Bascom. Cuando a Jujoca lo mandaron a las Juegos Olímpicos de Barcelona no le pagaron ni el hospedaje. Tuvo que sobrevivir comiendo carne de cerdo. Por eso, Federación tiene un significado negativo en su vocabulario. Da una mordida a la galleta, otro poco de Pepsi, se toma su tiempo y habla. “La federación no me quería financiar nada. Y eso fue algo que no me gustó. Quería ir a un Bolivariano, un Sudamericano y no me financiaban la preparación”.

La política le hace tanto daño al deporte como la motocicleta que un día acabó con su carrera. Faltando 100 metros para llegar a la meta, el vehículo que transmitía la media maratón de Bogotá le rosó la pierna. Castillo sintió un leve calambre pero siguió. 1 hora 3 minutos, 50 segundos. Batió el récord pero se quedó sin una pierna. Su sueño era volver a unos juegos olímpicos y llevarse de la oro. “Me voy a despedir en una olimpiada. Si no sirvo para el maratón, voy a ir por los 10 mil. Invertiré mi plata, no quiero nada de la federación porque es un problema. Mi objetivo es la medalla y se acabó”. El impacto le había roto los tendones. Siguió entrenando preocupado por los compromisos que tenía. Era un profesional de palabra. A los 6 meses se le colgó la pierna para no volver a moverse. “Me operaron 5 veces y no funcionó. Ya perdí las esperanzas de poder regresar. Ahí ya vendí todas mis cosas, terrenos. Gasté bastante en mi rehabilitación”. El país que lo aplaudió estaba ausente. A pesar del dolor interno Juan José demostró lo imperativa que puede ser la mente en una carrera. Los griegos corrían por el honor. A los ganadores les erigían un monumento en su pueblo. Castillo corría porque quería ser el mejor y el dolor era un huésped ya conocido en su cuerpo.

“Si los periodistas me consideran como el mejor deportista de la historia en la especialidad, seguro que no se equivocan. La diferencia es que no he corrido mucha pista”, me dice terminando esta charla. Le pisó los talones a Arturo Barrios, poseedor de la plusmarca en los 10 mil metros en Berlín y quinto en los juego olímpicos de Barcelona; superó al ecuatoriano Rolando Vera, 4 veces ganador del maratón de San Silvestre, le ganó al dueño de la plusmarca en maratón, Ronaldo Da Costa y ganó medallas de oro en los Juegos Bolivarianos en Cuenca el 85 y en Maracaibo el 89. Castillo era candidato a la medalla olímpica y acabó siendo un extra. Aunque ahora piensa en el retorno. Quiere volver a correr. Mientras terminamos la entrevista sospecho que sus piernas están agarrotadas. Mantener al músculo quieto luego de un entrenamiento fuerte te genera pesadez en las piernas. Pero Jujoca mantiene el buen ánimo y me dice que su pierna ha respondido en los últimos meses y que piensa volver a correr en una prueba master. Lo imagino en los 90, llegando a la meta sin problema, holgado, dueño de aire y de la pista. Esta carrera, dice, sí será la última.

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