Era la tarde de un día de visita. Para los presos del desaparecido penal de Tambo de Mora eso significaba comida de casa, abrazo familiar, consejos de amigos. Cuando todo esto acabó, la tierra comenzó a temblar, y en pocos segundos las celdas se empezaron a llenar de agua. Carlos Enrique Atuncar Ormeño, estuvo en ese lugar, detrás de los barrotes, luchando para poder salvar su vida, hasta que pudo conseguirlo.

Ese día (miércoles 15 de agosto del año 2007), terminado el horario de visita, los agentes del centro penitenciario comenzaron a realizar la contabilidad de todos los internos. Desde las 6 de la tarde se verificó que los 633 hombres estén en su pabellón y las 50 mujeres en el área que les correspondía.

Todo seguía como de rutina, y ya algunos de los reclusos se alistaban para acudir al patio principal. Hacer uso de los teléfonos, era una de las paradas.

Testimonio de interno

Carlos Atúncar, quien trabajaba en la sección de cocina, prefirió esperar en su celda. Minutos antes de que decida salir, se inicia el terremoto. Este hombre, trató de evacuar a una zona segura pero tenía al frente una puerta de metal con cerraduras. Las paredes que rodeaban el establecimiento caían ante sus ojos, la tierra comenzaba a presentar grietas y el agua rápidamente inundaba el penal. Eran segundos de terror.

Ni los presos más avezados, como la banda de colombianos que en abril del 2007 trató de asaltar el banco de la segunda cuadra de la Av. Óscar R. Benavides, ni uno de los principales cabecillas del comité sur de Sendero Luminoso, desafió a la naturaleza. Atuncar tampoco lo hizo y con ayuda de uno los extranjeros y otros 14 internos que estaban encerrados con él comenzaron a abrir la puerta que había quedado llena de arena y se fueron a sus casas.

A la mañana del día siguiente, recién se evidenció la magnitud del desastre. El penal había quedado destrozado y solo unos pocos internos regresaron al paso de 24 horas.

Carlos Atúncar, espero dos días y se entregó. Fue llevado al penal La Cantera de Cañete, en donde cumple condena junto a otros presos que también estuvieron presentes esa tarde del día 15 de agosto de hace 13 años, encerrados en una celda que estuvo por convertirse en su tumba. “una segunda oportunidad de vida”, la llama el interno.