Al diablo las normas
Al diablo las normas

Escrito por: Omar Aliaga Loje 

El otro día ingresé con un amigo a un restaurante conocido de la ciudad. Tras aplicarnos los protocolos de rigor nos sentamos a una mesa y comprobamos que solo dos o tres mesas estaban libres en todo el lugar. El segundo piso del restaurante, como ha ocurrido con otros similares en época de pandemia, estaba inhabilitado, no se utilizaba. Por ese “ahorro” la concentración de gente alcanzaba una densidad mayor. En el primer piso, donde estábamos sentados, debía haber más de cuarenta personas. Decidimos ponernos de pie e irnos a otro lado. Y al salir nos cruzamos en la puerta con más personas que ingresaban al lugar.

En ese primer piso no había restricción de aforo. Al diablo la norma. Y eso que era media semana. No quiero imaginar cómo será los fines de semana.

Otro día, un viernes, en un bar ubicado en pleno centro de Trujillo al que llegué buscando a un amigo que ahí estaba, quedé pasmado por la vieja normalidad exhibida. Mesas colmadas con hasta ocho o diez personas, muy juntas, pegadas. Todas llenas y bulliciosas. En un lugar cerrado. No existía virus, ni restricción alguna. Las mascarillas se usaban hasta la puerta, adentro la vida era la que siempre fue antes de que llegase la pandemia. Al diablo la norma, otra vez.

Este último fin de semana hubo intervenciones en fiestas, esas a las que ahora llaman “fiestas Covid”. Y también la gente volvió a volcarse a las playas. Los negacionistas y otros críticos de cualquier restricción dicen que es absurdo prohibir el acceso de las personas a la playa por ser un campo abierto. Pero el problema es cuando una gran mayoría coincide en la decisión de ir a relajarse un rato y eso, desde luego, atrae a los vendedores ambulantes y demás. Y las autoridades no tienen suficientes recursos ni energías ya para fiscalizar.

La segunda ola que está ahora mismo haciendo retroceder a los países de Europa con medidas restrictivas propias del inicio de la pandemia tuvo su punto disparador con el verano, las fiestas y la playa. Es comprensible: la cuarentena estresó al mundo, lo deprimió y el ser humano es sociable, necesita el contacto con el otro. Pero no está demás recordar que debemos olvidarnos por un buen tiempo de la vieja normalidad. Hay que terminar de aceptarlo. Hemos visto a personas morir, han fallecido autoridades, madres, padres, hermanos, hermanas, en fin. No fueron cuentos urdidos por nadie, eso ocurrió, lo hemos visto. Hay ahora mismo personas en condición vulnerable al coronavirus que han tenido más fortuna y que han tenido el tino de protegerse. ¿Queremos acaso que un rebrote nos haga perder a estas personas para siempre?