La historia de Amado y de Cayetana es una metáfora de la vida y de la gran necesidad de SER para existir. Sin memoria, solo nos queda asirnos al amor como medio de sobrevivencia.
La historia de Amado y de Cayetana es una metáfora de la vida y de la gran necesidad de SER para existir. Sin memoria, solo nos queda asirnos al amor como medio de sobrevivencia.

Mientras el país se sume en vacancias, cierres del congreso, ineptitud por doquier y corrupción “al más alto nivel”, destellos de esperanza iluminan el horizonte de nuestra literatura. En este contexto de tenue primavera, un premio literario nos llena de satisfacción: Luis Eduardo García ha sido premiado este año por su novela “El lugar de la memoria” (Premio de Novela Corta Julio Ramón Ribeyro, del BCRP).

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La novela

Para el jurado, EL LUGAR DE LA MEMORIA es una novela cuyo valor radica en “las resonancias de sentido entre estructuras narrativas que plantean un juego de espejos en torno a la memoria y al olvido”.

Para mí, como sencillo lector, su valía va más allá de la trama y del manejo simbólico de la memoria. La historia de Amado (el padre que empieza a perder la memoria luego de cumplir sesenta años) y de Cayetana (su hija) es una metáfora de la vida y de la gran necesidad de ser para existir. Sin memoria, solo nos queda asirnos al amor como medio de sobrevivencia.

La novela inicia y termina con lo que Luis Eduardo García ha denominado Espejos”.

Espejo 1: “Esta mañana de invierno me he puesto frente al espejo y he sido consciente, por primera vez, de que empezaba a conocerme; es decir, a experimentar los límites de la vida.”

Espejo 2: “Él solía mirarse en el espejo para encontrar respuestas, para tratar de entenderse y evitar que el olvido llegara más rápido y lo dejara sin ninguna remembranza.”

Y, en este intervalo de más de doscientas páginas, las voces alternadas de Amado (el padre) y de Cayetana (la hija) nos conectan con las vicisitudes de quienes deben convivir con el olvido y, al mismo tiempo, nos interpelan sobre la importancia de la memoria individual y colectiva como condiciones de existencia.

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Entre el olvido y el amor

Esta dramática y a la vez amorosa historia nos impregna de sensaciones y conmociones. Nos enriquece, además, con precisiones científicas sobre el progresivo deterioro de la memoria. Y nos ilustra y deleita con la estupenda formación cultural del protagonista.

Sin embargo, lo que destaca por sobre todo es el valor de aprender a convivir con el olvido que nos mata día a día. ¡Qué desgarrador es ver la inexorable involución de un padre! ¡Qué duro es constatar que ya no existes más en su memoria! ¡Pero también qué reconfortante, conmovedor y dulce es sentir en el fondo de su mirada algún relámpago de afecto o de conexión emocional!

“He secado mis lágrimas con mi antebrazo y ella no encuentra rastro de ellas en mis ojos. Pero si pudiera llegar a mi interior notaría que están allí, agitándose, pugnando por salir de las profundidades.”

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De nombres y personajes

Si bien la novela se construye a partir de las voces de Amado y Cayetana, los personajes secundarios adquieren una relevancia inusual, en tanto constituyen el núcleo y la red afectiva de la historia. En este núcleo afectivo, protagonistas y personajes secundarios construyen una unidad.

Pero, además de ello, sus nombres están ligados a un determinado rol o perfil. Por ello, no son casuales ni comunes. Cada nombre tiene un sentido y una razón de ser en la historia.

Así, Amado es más que un nombre; representa al ser que recibe el amor y el cuidado de los demás; es el receptáculo del amor, sin el cual sería imposible sobrellevar esta terrible enfermedad en condiciones elementales de cuidado y salubridad.

Cayetana es una palabra grave, en su acentuación; sus consonantes resuenan en la consciencia del lector. Pero, al mismo tiempo, su etimología nos remite a la piedra, a la fortaleza (sin esta cualidad, Amado hubiese terminado sus días en el más absoluto abandono y en la más triste soledad).

Aladino (cual personaje de La mil y una noches) trasluce la alegría, la vida, el futuro, la inocencia…, el espíritu energético del futuro. Irene (la trabajadora de casa) es la paciencia y la comprensión, la fortaleza para comprender, cuidar y soportar al enfermo (con todos los cambios, los riesgos y la preocupación que implica).

Yo diría que esta novela se construye sobre una familia de cuatro integrantes. Los demás personajes son una especie de satélites que iluminan o conectan fugaz e indirectamente con los protagonistas.

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Grandes metáforas

Antes de finalizar, no puedo dejar de destacar la excelsitud del lenguaje y la savia emocional que discurre a través de diarios, diálogos, descripciones y dibujos. Es todo ello lo que nos conmueve e identifica con la historia.

Pero tampoco puedo dejar de señalar el valor de las metáforas. El libro está impregnado de poesía y de filosofía de la vida. En algunas páginas nos encontramos con frases que nos deleitan y nos sumen en profundas reflexiones.

¡Cómo no detenernos en la lectura y ponernos a pensar en este símil!: “La enfermedad es como una isla del olvido”. ¡Cómo no hacer una introspección al leer esta ‘definición’!: “El olvido es una isla. Un viaje hacia un lugar de donde nunca se puede salir. Se puede llegar, pero no escapar de sus tierras yermas y distantes.”

¡Cómo no estremecernos al leer esta contundente afirmación!: “Quedarse sin recuerdos es la muerte absoluta”.

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