García, una etapa que se va
García, una etapa que se va

Éramos unos chicos veinteañeros parados en una esquina, conversando de cualquier tontería, cerca de casa. Pero allí también, en esa esquina en la que una pollería congregraba a más gente de la habitual, se podía ver a través de la televisión a un agitado  hablarle a una multitud que lo seguía incluso desde distintos rincones del país a través de sus pantallas. Recitaba a Calderón de la Barca, hablaba como si estuviera a punto de ofrendar su vida al país y, aunque a nosotros no nos interesaba la política, sus palabras nos producían un escalofrío incontrolable.

Y la magia de las palabras tuvieron su efecto. Sumado a que en ese momento el cuco de todos era Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, ¿por qué no creer que Alan García fue perseguido injustamente por ese par? Es posible que hayamos estados equivocados y que el líder aprista era inocente de todo.

Y olvidé aquella mañana cuando niño en que mi padre llegó con fajos de billetes y me dijo, con una sonrisa amarga: “Hijo, mira, somos millonarios”. Y yo quise creerlo pero su risa y sus ojos acuosos me decían que era broma, que en realidad había que reír para no llorar por lo arruinados que estábamos. Y olvidé también que al terminar su gobierno mi madre tuvo que irse al extranjero para poder enviarnos las remesas que nos ayuden a salir del hoyo.

Todo eso y otras historias sombrías dejé en el olvidó y vote, sí, voté en aquella elección por primera y única vez por él.

Luego me hice periodista (tiempo en que lo conocí de cerca y cubrí varias de sus actividades en Trujillo) y empecé a creer menos y a dudar más. Y de pronto esa especie de fascinación por el verbo florido, la cultura y el histrionismo del personaje se fue diluyendo. Se impusieron los pasados indicios sobre Siragusa y las cuentas cifradas en Gran Caimán que certificó el juez Hugo Sivina. La impunidad. Las medias verdades. Los ofrecimientos populares, pechar a Telefónica, revisar el TLC, eliminar las services, todos cantos de sirenas y promesas vacuas.

Los últimos años Alan García se convirtió en una especie de desafío. El caso Lava Jato lo seguí palmo a palmo, lo estudié con tanto ahínco que si alguien me pide que dé una conferencia sobre sus hallazgos en el Perú podría hacerlo y tomarme horas entretenido en esa labor. Supe allí que el actor estelar, el más complejo y el más difícil de desentrañar era él. Por eso, cuando el miércoles pasado desperté y el teléfono me dio la noticia de su disparo en la cabeza, entendí que siempre supe en el fondo que si alguno de los implicados del caso podría tener un desenlace así sería él. García se fue con sus sombras y sus luces, pero queda claro que la política peruana deja atrás una etapa, con todo lo bueno y lo malo que eso significa.

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