Escrito por Alonso Gordillo
“La fe mueve montañas”, dicen quienes se aferran a Dios en momentos difíciles, y más aún cuando saben que la luz al final del túnel está a cientos de kilómetros. Esto lo saben las cientos de personas, muchas de ellas familias, que decidieron salir de Lima caminando para regresar a sus ciudades de origen, luego de quedarse sin trabajo y sin dinero por la pandemia del coronavirus.
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Caminar bajo el sol, con hambre y con algunas botellas de agua que se deben compartir con los hijos, los amigos o cualquier peregrino que haga compañía en el largo y doloroso caminar, es el drama y la constancia, visible y conmovedora, de cientos de hombres y mujeres (niños, adultos y ancianos) que transitan a un costado de la carretera Panamericana Norte para llegar a su destino final.
Ellos y ellas decidieron hace varios años viajar a la capital del Perú para forjarse un mejor futuro. Muchos ya lo estaban consiguiendo, pero todos sus sueños se vieron derrumbados cuando el presidente Martín Vizcarra decretó el estado de emergencia por el Covid-19. Sus pocos ahorros les duraron las tres primeras semanas, sin empleo y con algunos soles en sus bolsillos que solo les permitían comer una vez al día, decidieron empacar la poca ropa y algunas cosas de valor que tenían para comenzar su largo caminar.
Muchos partieron de Lima con la penitencia de recorrer, a paso lento, más de mil kilómetros. Algunos, con suerte, reciben alimentos y una “jaladita” de generosos transportistas de carga pesada, quienes se arriesgan a contraer el Covid-19 y una multa considerable por burlar las disposiciones del estado de emergencia.
Diario Correo realizó un recorrido que comenzó por el óvalo Grau, luego por el de La Marina, siguió por la Vía de Evitamiento hasta llegar al centro poblado El Milagro, en el distrito de Huanchaco. Lo que se vio, simplemente, fue desgarrador. Cientos de personas que caminaban con destino al norte y al sur.
En el recorrido encontramos a José, quien junto a su esposa y sus cuatro hijos iban a paso lento, descansando cuando las fuerzas se les acababan. Todo esto lo hacían para llegar a su natal Piura. “Ya tenemos siete días caminando y seguiremos haciéndolo para llegar hasta Piura. No es lo que uno quiere para su familia, en especial para los hijos, pero no nos podíamos quedar en Lima porque ya no teníamos para pagar un cuarto. Sin trabajo y sin dinero no podemos hacer nada”, dijo, poco antes de quebrarse y agradecer cuando un grupo de personas de buen corazón le dejó almuerzo, agua, galletas y fruta.
Más adelante caminaban dos señoritas y un joven, quienes llevaban entre sus manos el cuadro de “Santa Ana, Madre de María Inmaculada”. “Sé que ella nos hará llegar con bien”, dijo el muchacho.
Son los efectos de la cuarentena en quienes fueron sorprendidos lejos de casa y sin dinero. En este viaje no hay asiento ni en primera ni última clase; es una cuestión de voluntad y corazón.