La primavera que no volvió
La primavera que no volvió

La primavera y su fiesta trujillana era para mí el recuerdo de tardes luminosas y coloridas de corso, llevado de la mano por mi madre con lugar preferencial en medio del calor popular. Como cualquier niño de aquellos tiempos, proveniente de un hogar de clase media baja, las comparsas de agraciadas jóvenes y el salto de waripolas rubias parecían haber sido extraídas de una fábula.

Luego, esa fiesta primaveral fue alejándose, como las viejas prácticas de la niñez. Así, los recuerdos esporádicos llegan a través de pantallas de televisión, o de paseos con la mancha a las afueras del corso que ahora era ajeno, más como un intruso que como un participante más.

Años después hubo que volver al corso y a esa forma de primavera. Con entusiasmo propio de un joven reportero, de un debutante periodista, cumplí con comisiones que me hicieron estar dentro de la festividad. Elección de reina, cocteles primaverales, entrevistas con jóvenes extranjeras que llegaban para representar a su país, intercambios de saludos y experiencias. Fue una buena época, ahora que lo pienso; fue una forma de participar desde la otra vereda.

Incluso desde mi papel de reportero televisivo con breve estadía, el corso fue también una invitación a ese color y algarabía que, a veces, en un arranque de rebeldía juvenil e iconoclasta, calificaba como huachafería. Pero ahí estuvimos, disfrutando a pesar de todo.

En los últimos años el corso y la fiesta de primavera, para mí, han sido momentos contados y efímeros. No sé si es una cuestión de la edad y de la adultez, pero más personas coinciden en que el fervor y la emotividad se han ido diluyendo. Y uno podría pensar que eso va en concordancia con la actual situación grisácea del club que organiza la fiesta.

En estos años he visto el corso, sin embargo, desde algún palco al que he sido invitado. Y he tenido que retirarme antes de que finalice porque suelo trabajar domingos y el cierre de edición me lo exigía. Esta vez, ayer, no pude estar allí. Pero me he chocado con algunas publicaciones en las redes sociales que han criticado el corso.

Algo ha cambiado irremediablemente, más allá de los años. ¿O será que las tradiciones van perdiendo terreno por ser cada vez menos esenciales?

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