¿Qué hemos hecho por la marinera?
¿Qué hemos hecho por la marinera?

En la noche previa al fin de fiesta del Concurso Nacional de Marinera, una joven comunicadora limeña, amiga de un amigo mío, me hizo una pregunta que para ella era inevitable:

-¿Y tú bailas marinera?

Ella había llegado a la ciudad exclusivamente por la fiesta de nuestra tradicional danza, de la que es aficionada y esmerada bailarina.

-No -le respondí.

Entonces, ella replicó lo mismo que ya le había dicho a mi amigo (que también le había dado un “no” por respuesta el mismo día en que la conoció en Lima y supo que él era trujillano):

-¿Cómo es posible que siendo trujillano no bailes marinera?

Su respuesta, que más bien era una pregunta inquisidora, un reproche en forma de interrogante, me hizo recordar esa especie de vieja vergüenza de otros momentos pasados, en años pasados. Esa jodida sensación que tuve hace varios años atrás cuando mi amigo argentino y su novia, bailarina de tango, me pidieron que les contara todo sobre la danza que caracteriza a mi país, y yo no pude ser tan explícito. Esa misma jodida sensación que tuve cuando un profesor, también argentino, me habló en aquellos años sobre la música de Chabuca Granda, que hasta entonces yo apenas conocía por una canción.

Es imposible que todos los trujillanos lleguemos a ser eximios bailarines de marinera, pero sí es posible que todos aprendamos a conocerla y, de este modo, amarla más (tampoco estaría mal si los menos duchos intentamos bailarla al menos alguna vez).

La marinera es, ante todo, cultura. Es un arte mayor que, a mi parecer, plasma la pulsión-soltura-tensión-frescura-aprensión-coqueteo que cualquier pareja experimenta en la vida, que en este caso está dentro de una danza monumental.

¿Qué hemos hecho todo este tiempo por esta manifestación de arte y cultura todos, autoridades, empresarios, periodistas, bailarines y trujillanos en general? Al final del concurso de marinera, vale hacerse esa pregunta y responderla como un acto de conciencia.

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