Escrito por Alonso Gordillo 

En estos tiempos de pandemia del coronavirus, no todos se preocupan por este mortal virus. Hay quienes sufren el hambre, que es más lesivo, doloroso y crónico (como una infección severa). Esto se refleja en las miradas desesperadas y tristes de cientos de mujeres y niños que ven en la caridad la mejor medicina contra los efectos de la pobreza extrema. 

De lunes a domingo, y desde que amanece, la preocupación es general en las ollas comunes que han invadido decenas de calles del centro poblado Alto Trujillo y el asentamiento humano Víctor Raúl (El Porvenir), y en otros sectores de los distritos de La Esperanza, en la región .

UNIÓN 

Lágrimas, súplicas y ruegos a los conductores de cualquier vehículo desconocido que transita por las calles polvorientas y olvidadas es lo que se escucha: “Tenemos hambre”, “desde ayer no comemos”, “háganlo por los niños”. Es el coro lapidario y conmovedor de madres e hijos, capaz de estremecer, incluso, al corazón más duro.

Pero en medio de la crisis que se vive en el país por esta pandemia, las muestras de solidaridad y compañerismo a quienes más lo necesitan son muy grandes y alentadoras.

Las encargadas de cocinar, en su mayoría mujeres, recolectan lo poco que tienen sus vecinos y lo llevan hasta una de las viviendas asignadas o simplemente arman un pequeño ambiente en plena calle y comienzan a preparar el almuerzo. A estas emprendedoras damas también se suman personas que llevan hasta los sectores más pobres víveres para saciar el hambre. “Papas, camote, arroz, menestra, carne o menudencia de alguna ave, todo es bienvenido para poder alimentar a mis vecinos”, dice un morador del centro poblado Alto Trujillo, en el distrito “zapatero”

Este mismo drama se vive en la manzana K del asentamiento humano Víctor Raúl, quienes, a pesar de no poder salir a trabajar por las restricciones del Gobierno, se las ingenian todos los días para compartir un almuerzo a través de los ahora llamados “comedores ambulantes”.

Debido a que no fueron beneficiadas con los bonos otorgados por el Estado, las vecinas de este alejado sector ubicado en las faldas del cerro Cabras decidieron organizarse para poder alimentar a las familias de su manzana.

Es así que una de las moradoras, de nombre Leidy Guzmán Álvarez, tomó lápiz y papel y recorrió casa por casa empadronando a sus vecinos y comentándoles que tenían la idea de formar una olla común con todos los interesados, llegando a registrar a unas 150 familias.

Cada uno lleva algunos víveres que tenía en casa para aportar con su granito de arena, sustentándose de esta forma durante algunas semanas.

“Esta idea surge porque la mayoría que vivimos en esta zona somos pobres y no tenemos trabajo. Es por eso que decidimos que cada uno aporte con lo que tiene en su casa ya sea arroz, azúcar y otros víveres para hacer la olla común y así poder alimentarnos”, dijo un dirigente.

AYUDA POLICIAL

Agentes del Departamento de la Policía Comunitaria en uno de sus patrullajes se topó con ellas, y se percataron que cocinaban en un pequeño ranchito que hicieron en la vía pública, y lo hacían en leña.
Conmovidas por su situación, todos los policías de esta unidad aportaron de su bolsillo para comprarles alimentos, sumándose a esta noble causa algunos comerciantes del mercado La Hermelinda.

“Cuando fuimos al mercado le dijimos a la señora (vendedora) que nos dé un poquito más, ella nos preguntó si lo que comprábamos era para nosotros, pero le dijimos que era para una donación; entonces nos regalaron un saco de cebollas y papas y todo lo llevamos para las familias (…) Ellos están cumpliendo su cuarentena, son personas que lo necesitan”, comentó la suboficial Evelin Quintana.

“Me siento como si hubiera recibido un premio divino y eso para mí es suficiente, con las gracias de ellos me es suficiente. Reconforta el alma saber que estamos ayudando a quien más lo necesita (…) Estamos llanos a recibir todo tipo de ayuda para donativos”, manifestó el coronel Alessandro León Roque, jefe de la División de la Policía Comunitaria en La Libertad.