Son las 10:00 de la mañana del último jueves y en las calles adyacentes al cementerio Mampuesto, en el distrito El Porvenir (provincia de Trujillo), los vecinos están como robotizados. El trabajo que realizan es constante y parece que nunca va a terminar. Algunos aferran palanas en sus manos y abren zanjas frente a sus viviendas; mientras que otros utilizando baldes y tinas sacan el agua y el lodo que irrumpieron en sus hogares.
Nada parece perturbarlos en esa labor. Sin embargo, el grito de una mujer: “¡Se viene el agua!”, enciende las alertas y saca de su automatismo a estos hombres, mujeres y niños. Todos levantan la mirada, dejan lo que estaban haciendo y salen corriendo despavoridos. Algunos se alejan de la zona, otros ingresan a sus inmuebles; mientras que un grupo menor de forma irresponsable -por calificarlo de alguna manera- se va en dirección al lugar por donde supuestamente debe aparecer huaico.
MIEDO LATENTE. Todo esto deja en evidencia que aún no ha sido superado el pánico que les provocó la activación de la quebrada San Ildefonso y el subsecuente huaico que los golpeó con furia y sin discriminación alguna.
Al ver el barullo y escuchar el griterío, el personal del Serenazgo que patrulla la zona, se traslada en una camioneta a un sector alto y tras observar el cauce de la quebrada, regresa para desmentir la alarmante versión de que se viene un segundo huaico.
“Vecinos, por ahora la quebrada está seca. No hay nada. Nosotros estamos atentos y avisaremos ante cualquier novedad; por favor guarden la calma”, expresa un sereno desde el alta voz de la unidad móvil.
Esto tranquiliza a los vecinos, quienes vuelven al trabajo de retirar el agua y el lodo de sus casas.
ARRASA CON TODO. Uno de ellos es Segundo Paredes. Un hombre de al menos 65 años de edad que con mucho esfuerzo y sacrificio logró instalar en su casa una pequeña bodega que, el último jueves, fue literalmente arrasada por el huaico.
“Lo que más me duele es que mi refrigeradora ha quedado sepultada por el lodo. El agua también se ha llevado mis productos gaseosas y golosinas”, comenta Segundo Paredes, a la vez que entierra la pala en el barro que cubre el piso de lo que era su bodega.
TERROR. A media cuadra de la casa de Segundo Paredes, la familia Tomas Rojas aún no puede creer lo sucedido. Ninguno de ellos había dormido bien la noche anterior. Toda la madrugada estuvieron con sobresaltos, pues el agua y lodo y hasta piedras ingresó en forma de tromba a su inmueble y temen que en cualquier momento la pesadilla vuelva a repetirse.
Y es que en contados segundos, lo que fue su cochera y parte de su sala se llenó de agua y barro.
“Lo único que hicimos fue subir al tercer piso para ponermos a buen recaudo. Gracias a Dios ninguno de nosotros resultó herido; pero sí hemos perdido varias cosas de valor”, dijeron.
Ante la inminente posibilidad de que un segundo huaico golpee a estos vecinos, los Tomas Rojas han decidido instalar una improvisada casa en su azotea. “Lo hacemos más por los niños”, dicen.
AL MENOS AGUA. La vecina Leonor Torres Mantilla, protagoniza un caso especial. Ella lo ha perdido todo y se ha quedado en la calle. “El agua hizo que las paredes de mi casa se desplomen y ninguna autoridad ha venido a vernos por acá. Yo quisiera que el señor Elidio Espinoza (alcalde de Trujillo), venga y mire como estamos viviendo”, manifestó Leonor Torres, quien trabaja en el área de limpieza pública del Servicio de Gestión Ambiental de Trujillo (Segat).
Leonor, más que una carpa o esteras y palos para armas un rancho donde pernoctar, pide, aunque parezca increíble, agua. “No tenemos agua, por favor aunque sea agua”, enfatizó.
AYUDA. Si la falsa alarma de un segundo huaico alteró a los vecinos, la presencia de algunos representantes de los alcaldes de los distritos El Porvenir y Florencia Mora, con camionetas repletas de productos para ayuda humanitaria, provocó un gran desorden.
Es que tras haber perdido todo, metros de plástico, arroz, azúcar, agua y bidones para almacenar el líquido elemento, resultan más que necesario.
No obstante, lo que se necesita en ese lugar es mucho más que eso.
“Nosotros queremos que vengan las autoridades y vean la forma en la que estamos viviendo. No tenemos comida, no hay agua y nuestras casas están repletas de agua y barro”, dijeron los vecinos.
La desesperación de los vecinos es comprensible, pues el lodo podrá secarse en unos días, pero el inminente peligro en el que viven, es algo permanente.