Geólogo sobreviviente: “Me dijeron que la expedición iba a durar 4 días”
Geólogo sobreviviente: “Me dijeron que la expedición iba a durar 4 días”

A Manuel Humberto Herrera Peña, el geólogo que sobrevivió a la trágica expedición de la minera Río Blanco en las alturas de Ayabaca, en , lo despertaron un día y le preguntaron si estaba dispuesto a salir en una excursión hasta el caserío Rosarios Alto (Huancabamba).

“Prepárate porque en unos días te vas”, fue lo único que le dijo de esa misión Rosario Esteban, una trabajadora del área de Relaciones Comunitarias de la empresa.

Al bachiller de 25 años, quien apenas en marzo pasado había ingresado a hacer sus prácticas en la minera, le entregaron un par de botas de jebe, sleeping, poncho para agua y un gorro de tela para que acompañe el misterioso periplo.

Sin preparación. En el maratónico testimonio que prestó el último viernes en la Divincri Piura, Herrera dejó helados a los agentes policiales al confesar que no recibió ningún tipo de preparación para esa empresa.

Él, cuando menos, no tenía la mínima experiencia y admitió que era “su primera vez” en ese tipo de misiones. De hecho, la única instrucción que tenía en manejo de equipos de GPS era la que recibió en las aulas de la universidad.

“Me dijeron que la expedición iba a durar cuatro días”, mencionó ese viernes en presencia del fiscal provincial de Ayabaca, Néstor Sosa Carrillo. Pero permaneció 19 días en lo alto de la montaña, sometido al clima de espanto que soportan los páramos andinos durante la temporada de invierno.

Tres de sus compañeros perecieron en esa encrucijada y vio expirar delante suyo a dos de ellos: Segundo Manuel Tacure Saavedra (28) y Zózimo Orlando Pastrana Quezada (36), este último líder de la trágica expedición.

Ruta de la muerte. Por primera vez, esta travesía es revelada por un medio de comunicación, basada en el testimonio del sobreviviente. Los cinco expedicionarios, guiados por un lugareño, partieron por carretera desde Huancabamba el viernes 3 de julio. Pero la verdadera caminata comenzó en el caserío El Carmen, a las 4:30 horas del sábado, después que se les uniera como ayudante Aníbal Herrera Meléndez.

Llevaban un teléfono satelital, pero éste estuvo operativo apenas hasta el día siguiente, cuando lo devolvieron a El Carmen para ser recargado. Herrera afirma que la empresa nunca lo mandó de vuelta.

Quien también emprendió el camino de regreso fue la única enfermera del grupo, Gladys Elena Cunchaya Palomino, afectada por soroche.

Iban rumbo al cerro Henrry’s Hill, donde yacen los restos del campamento minero abandonado desde el 2009. Pero ninguno sabía a qué.

Caminaron todo el sábado y domingo y pasaron la noche en una casa abandonada y en la vivienda del comunero Anibal Herrera.

Arribaron al campamento a la 1 de la tarde del lunes 6 de julio, donde acamparon y recibieron una lata de Red Bull para comenzar lo que habían llegado a hacer: tomar coordenadas de las perforaciones de exploración minera y fotografiarlas.

El mayor trabajo lo hacían el topógrafo Orlando Pastrana y el geólogo que narró los hechos. Aníbal Herrera les iba abriendo camino con un machete.

los 5 desconocidos. La tarde de ese día, cuando retornaron al campamento, hallaron a cinco personas más oriundas de la zona. Pastrana los sumó al grupo que creció a diez.

Esa misma noche el topógrafo reveló el verdadero objetivo de la misión: proseguir el camino hasta Ayabaca.

La intención de la empresa minera era ambiciosa: hacer un levantamiento topográfico para construir trochas carrozables, la primera que una el campamento minero con el cerro Chinguelas, otra hacia la ciudad de Ayabaca y una tercera que comunique con la frontera con Ecuador.

Para conseguirlo, Pastrana organizó el trabajo en 3 grupos: dos chaleadores que abrían camino, uno de cinco que portaban el equipaje y el último conformado por Pastrana, Manuel Herrera y Aníbal Herrera. Todos dependían únicamente de los datos del GPS y de la experiencia de los guías.

pesadilla. El miércoles 8 de julio comenzaron los verdaderos problemas. El GPS marcaba un recorrido de 35 kilómetros, en línea recta desde donde estaban hasta Ayabaca. El cálculo era correcto, pero la geografía inaccesible de la montaña y el mal tiempo hicieron imposible ese recorrido.

Ese miércoles llovió todo el día. Eso, sumado a la densa neblina, hacía que la expedición prácticamente respirara agua. El cocinero Segundo Tacure fue el primero en sentir los estragos del mal tiempo. Se le bajó la presión, lo dominaron los escalofríos y desvarió toda la noche en busca de agua para beber. Cuando le dieron pastillas, las vomitó.

La periodista Aleida Dávila comenzó a experimentar los mismos síntomas que retrasaron la misión los siguientes dos días.

El 10 de julio comenzaron a desesperarse. Pastrana sostenía que faltaba poco para arribar al caserío Cashua, en la zona de Cabuyal, pero Tacure ya no podía caminar más. Se lanzó a una quebrada que bajaba por el lugar para tomar desesperadamente agua. El resto del camino Herrera lo vio vomitar y quejarse de que “las piernas no le daban para más”.

Acamparon al borde de un conjunto de lagunas de agua helada que les cerró completamente el paso. A mitad del viento y la lluvia del páramo, completamente empapados en agua, Pastrana recién tomó su GPS y lanzó la señal de auxilio. A las 14:00 horas del 10 de julio el aparato recibió la confirmación de la emergencia.

La desesperación desató un enfrentamiento dentro del grupo, que achacaron al topógrafo responsabilidad por lo que enfrentaban.

Abandonados. Esa noche, abrazados por el hielo de la puna, hicieron hilachas su ropa para hacer fuego, pero el agua de las lagunas inundó el campamento y apagó las antorchas. Fue la peor noche, cuando Tacure comenzó a desvestirse por completo y a pedir agua, antes de que lo metan dentro de un sleeping empapado. Se estaba muriendo por dentro.

El sábado 11 de julio, compartieron el último desayuno juntos (pavita enlatada), pues Pastrana pidió a 3 voluntarios para que bajen por ayuda, pues el GPS marcaba que todavía les faltaban 10 Km. Seis levantaron la mano y se fueron con un guante en el que escribieron la última coordenada de ubicación. Cuando ya no estaban, unas dos horas después, Tacure falleció.

Taparon el cuerpo con un sleeping azul y los cuatro que se quedaron durmieron junto a él, con la cabeza del cadáver para los pies.

Esa misma noche, la salud de Orlando Pastrana se resquebrajó. Tenía tanto frío que ordenó a Aleida y Herrera despojarse de sus ropas para juntar sus cuerpos y calentarse. A la 1 de la madrugada, el líder del grupo se despertó gritando y expiró.

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