Los movimientos migratorios, con repercusiones expansionistas y de conquista, no son algo nuevo a tratar en el mundo andino. De hecho, la mayor civilización conocida en esta parte del mundo fue producto de la migración altiplánica hecha hacia lo que luego se denominó Valle Sagrado de los Incas.
Alfonso Torres Luna ha retratado a partir de los cronistas clásicos la gran marcha emprendida por los ayllus (cuyos líderes eran los Ayar) hacia el Cusco. Porque, ciertamente, la hazaña de Manco Cápac y Mama Ocllo debe tener a este tiempo una interpretación histórica y no quedarse como mera leyenda. Un Manco Cápac que busca tierra fértil y blanda, descubierta mediante un instrumento de labranza (barretilla de oro), para establecer su pueblo ambulante, es la vulgar leyenda del Titicaca. Tribus que buscan tierras mejores que las suyas, en las de los vecinos; y luchan entre ellas mismas, cuando encuentran el sitio propicio, fértil y caliente en el Cuzco, es la conocida leyenda de los hermanos Ayar de Tampu-tocco.
HISTORIAS. Esto demuestra la existencia de pueblos convencidos de su finalidad en el cultivo del suelo, así como de la necesidad de una religión que destaque la bondad de la agricultura para hacerla ocupación de estado e imponerla como primordial y único sostén de la libertad de los individuos. (Torres, 2013: pág., 123) .
Esa política primordial para la agricultura ha establecido una relacionalidad espiritual entre el hombre y la tierra. La gente lo ha expresado cantando, danzando, con fiestas y rituales; algunos pueblos han elevado tributo haciéndose conocer con el nombre del producto que más caracterizaba a sus zonas.
“El Ayar-sauca es el jefe de la tribu productora de coca, el Ayar-uchu es el jefe de la tribu productora de ají, etc.” (Torres, 2013: pág., 123). Estamos hablando de antes del siglo XIII, cuando el Incanato aún no era gestado, fue un periodo de lto desarrollo de la cultura Tiahuanaco, sobre todo en el Altiplano que después Simón Bolívar ha separado como Perú y Bolivia. “La influencia ejercida por la metrópoli en el pueblo tiahuanocota no tuvo los caracteres de la conquista por las armas, fue una influencia religiosa y espiritual y, por lo tanto, más poderosa”. (Torres, 2013: pág., 125)
Ese proceso civilizatorio logró un largo periodo de paz y prosperidad para los pueblos que convivieron en los alrededores del lago Titicaca. Existe vasta literatura para saber que la civilización del Tiahuanaco pereció como resultado de la llegada de poblaciones bárbaras del norte de lo que hoy es Argentina, se dice que principalmente aimaras. La historia recorre a grandes rasgos estos acontecimientos; aunque hay escasa precisión, también hay seguridad de que hubo un evidente choque de culturas pre-incas en la lucha por el dominio de la meseta del Collao.
TIAHUANACOTA Y MÁS. Precisamente en periodos posteriores al poderío tiahuanacota, la meseta estuvo habitada por dos clases de civilizaciones pertenecientes a una misma raza: la quechua y la aimara. “La una en camino del apogeo de su cultura, resto de la legendaria y la otra en el mismo estado de barbarie con que ingresó en este medio geográfico. Ambos lucharon siglos por la hegemonía y el dominio de la región. Ninguna pudo ejercerlo de un modo absoluto”. (Torres, 2013: pág., 138) Los aimaras que dominaron la zona sur de la meseta siempre vencían en las invasiones que le hacían los collas, pese a que eran ayudados por los sangarus; en consecuencia, el avance de la expansión no pudo concretarse hacia esa zona.
El pueblo aimara tampoco pudo extenderse hacia el territorio quechua, pues al parecer no tenían motivaciones de ir más allá de las tierras que dominaban en los alrededores del lago Titicaca. Sin embargo, los quechuas (conformados por collas y otras culturas) no podían mantenerse en paz demasiado tiempo, su herencia dominante, revivió al estado de necesidad expansionista para propagar su doctrina política y su dios.
Similar fue el caso del collaguayo que años antes salió de su valle jactándose de su linaje fundacional tan solo con el poder de la religión; estos parecidos habrían permitido en algún momento un mestizaje collaguayo-colla en el Altiplano pre-inca. Pero conquistar a los aimaras no era buen negocio, ya lo habían intentado antes y no lo lograron. “Los aimaras no sabían pelear, pero tampoco se dejaban vencer. Ya se les había dejado hace tiempo y no era buena política ni sana intención ir contra ellos otra vez. Y se les volvió a dejar, pero no se les olvidó”. (Torres, 2013: pág., 144)
EL SENDERO INCA. Luego de que los quechuas hicieran diversos rituales premonitorios para definir la ruta de su expansión (desde la consulta a la coca, la quema de sal, el viaje de los animales sagrados y la dirección del Sol y la Luna) el rumbo fue previsto por los dioses hacia el valle que luego se transformó en Cusco, ombligo del mundo. Previa preparación para evidentes conflictos con los pueblos a encontrarse en el camino, el primero en marchar fue Ayar sauca, líder de los collaguayos, soldados que le tenían más fe a su palabra que al arte de la guerra, a su religión más que a su ejército.
Ayar sauca fue a la cabeza de la peregrinación miliciana, tomó el camino señalado por los dioses; y en estancia, tras estancia, luchando con unos, convenciendo a otros, llegó a la cumbre después de lustros. Descendió a los pequeños valles del otro lado y encontró gentes desconocidas, formando otros pueblos y otras tribus, calificadas por el collaguayo como incultas, bárbaras como los aimaras y algunas salvajes.
La fe guía el destino del sacrificio último. Se descansa, se hace estación, pero no se retrocede. Retroceder sería perder el favor de todos los dioses en un instante; y eso nunca haría un pueblo que había fundado civilizaciones con su religión únicamente. El camino seguido iba dirección a las selvas montañosas, hasta el valle de Paucartambo, donde llegó el pueblo de Ayar sauca y en el que realizó los mayores sacrificios en aras de su religión y de su fe. (Torres, 2013: pág., 146)
MEZCLA. Los procesos de migración no han cambiado desde tiempos de los ancestros. Así fue también cuando Ayar sauca se juntó con Ayar sara, Ayar ucho o simplemente Ayar tampu en los valles interandinos, al otro lado de la Gran Cordillera.
“Por supuesto la comprensión entre los inmigrados y los naturales fue muy dificultosa y generó desde el principio, una lucha en la que no hubo aniquilamiento completo de ningún lado y en la que el Ayar sauca, preparado para la guerra y ejercitado en ella durante su largo viaje, venció a Ayar uchu, el que desocupando su territorio irrumpió a los valles de Matahua, Quirirmanta, Tarpuntay y otros sobre el río Vilcamayo, en los que apareció misteriosa e intempestivamente por Tampu-tocco, o sea por la altura o garganta (ventana en la leyenda), que va al país del Tampu”. (Torres, 2013: pág., 147)
El vencido Ayar tampu o Ayar uchu se estableció en ambientes diferentes a los que estaba acostumbrado, en los nuevos dominios organizó la agricultura del maíz y diseñó aldeas rudimentarias, en la génesis de lo que sería Cusco.
“Entonces es cuando comienza a esbozarse una cultura por estas regiones, idealizadas y paradisiacas para los de la meseta del Collao; cultura que surge lentamente, a raíz de una necesidad, de la necesidad agrícola del pueblo de Pacari-tampu, sin sus tierras, detentadas por el inmigrante guerrero y culto, contra el cual se organizaría otra cultura y otro ejército para que se le enfrentase” (Torres, 2013, pág. 147).
El tiempo es impreciso en esta historia, pero fue un largo periodo en el que collas y sangarus realizaron viajes hacia la tierra prometida que habían adelantado los collaguayos y su líder Ayar sauca. Ese mismo tramo de la historia sirvió para que Ayar uchu se preparara para la reconquista de sus antiguos territorios dominados por collaguayos. Un nuevo enfrentamiento era inminente. Según anotes de cronistas como Sarmiento de Gamboa, Vaca de Castro, Garsilaso, Blas Valera, entre otros; se registró una cruenta guerra entre los dos Ayar: Ayar sauca que se había establecido en el valle y Ayar uchu que había reingresado por el Tampu-tocco para la reconquista. La guerra sorprendió a los nativos, porque se pensó que eran dos pueblos hermanos, que se juntarían y harían más fuertes, pero otro fue el destino.
Los cronistas aseguran, a partir de las informaciones de los quipocamayocs, que Ayar uchu venció finalmente al altiplánico Ayar sauca. La permanencia del pueblo de la coca (Ayar sauca) se hizo notar, sin embargo, en la herencia cultural y religión, extendida a los ayllus del maíz y ají. La adoración a la serpiente (Amaru) y la importancia de la coca (sauca) fue imperecedera desde entonces.
“Ante el último triunfo sobre sus hermanos, nuevas tribus se sometían a Ayar uchu que, años en un sitio, años en otro, rodeando la futura ciudad, buscaba el centro de donde irradiaría su civilización definitivamente constituida”. (Torres, 2013, pág. 148) En este periodo llegaron hacia el valle los sangarus, liderados por Ayar cachi, provenientes de lo que actualmente sería Azángaro, orgullosos de su riqueza en base a la sal de esas pampas. Ayar cachi sintió doble tarea al ingresar a territorios dominados por Ayar uchu, la primera era alcanzar la tierra prometida, el paraíso de los dioses; y la segunda, la venganza que tomaría a favor de su pueblo hermano Ayar sauca.
La lucha de paucar-tampus y sangarus se hizo encarnizada, poderes y fuerzas iguales necesitaban aniquilarse ambos para concluir la guerra, pero al final le quedaron reservas a Ayar uchu, que las utilizó para ultimar a los vengadores de los saucas. Rendidos y vencidos los de Ayar cachi no tuvieron la suerte de recibir oportuna la ayuda de los collas cuya próxima venida no divulgaron. Otra vez más, Ayar uchu había vencido, pero la victoria le había costado cara; quedó abatido, aniquilado, sin fuerzas y enseguida todavía, las maras, se levantaron, pero sin éxito. (Torres, 2013, pág. 150) MARCHA COLLA. La marcha altiplánica fue completada por los collas al mando de su líder Ayar Cápac o Ayar papa. Cuando ellos migraron en la misma ruta que los collaguayos y sangarus, este pueblo ya estaba prevenido de la gran guerra que se desataba en los valles que rodean a la futura ciudad de Cusco. Por esa razón, Ayar Cápac tuvo la necesidad de preparar un numeroso ejército que sea capaz de someter a los ayllus que se encontraran en el camino. Este Ayar fue audaz al rediseñar su figura mítica para su plan de conquista, puesto que se presentó como el hijo del dios Sol (Inti) y mostró ante los conquistados su poderoso ejército para garantizar la idea de protección con la que le habían favorecido. Débil fue la resistencia presentada por Ayar uchu y fácil su derrota, Manco destruyó completamente todo resto que quedó del vencido, restituyendo al culto y a la nobleza de su familia todos los mitos y fetiches, los tótem y los ritos de sus antiguos amigos de la meseta Ayar sauca y Ayar cachi; implantó la familia de los Amaru en la real casa y un Inca llegó a tomar ese nombre; los Huamán eran los nobles antepasados y, por consiguiente, se les reservaba muchas regalías; y a los Uilca, a los sagrados Uilca, se les rindió tanta veneración como a los Intis o Incas y otra vez fueron ídolos la coca y la sal, la serpiente y el cóndor, el milano y el lagarto, todos los fetiches dependientes del padre Sol. (Torres, 2013, pág. 152) Los cronistas coinciden en señalar que la llegada de Ayar Manco a los dominios de Paucar tampu, fue cuando el hijo (Sinchi) del enviado del padre Sol tenía 14 años. El establecimiento del Incanato ocurrió en medio de estos enfrentamientos culturales. Venció el más fuerte y aunque la paz todavía no estaba próxima a encontrarse, el nuevo estado Inca nació para brillar en esta parte del mundo hasta el nuevo choque cultural ocurrido con los conquistadores occidentales.