Es una Semana Santa atípica en todo el país. La ciudad de Puno lució desierta de gente durante el Jueves y Viernes Santo, los tradicionales ascensos a los calvarios de esta localidad quedaron en suspenso a causa de la pandemia causada por el SARS-COV-2.

Un patrullero policial de cuando en cuando por las principales arterias, como en la avenida La Torre que da acceso al centro de la ciudad, perros callejeros que circulan libres y gustosos ante la ausencia del fuerte tráfico vehicular que se acostumbra en esta zona, es el panorama del Viernes Santo.

La inmovilización se cumplió absolutamente en esta localidad, solo militares y policias vigilan las calles vacías.

“Así estamos trabajando”, nos dice un efectivo policial que cuida el parque Pino, el más visitado de esta capital regional, mostrando la carencia de protección personal para los efectivos de la Policía Nacional del Perú.

Rondan en parejas, lucen mascarillas de diferente tipo (lo que hace ver que cada uno tuvo que agenciarse), guantes desechables y el uniforme institucional, nada más.

Los militares también hacen rondas en grupos más numerosos, caminan por calles desiertas y son celosos ante cualquier movimiento de personas, como con el caso de periodistas, a quienes nos piden papeles y acreditaciones.

Los templos permanecen cerrados, las misas se han transmitido por la emisora del obispado de Puno y redes sociales este viernes.

En otros tiempos, miles subían a los cerros Azoguine, Cancharani y Huaynapucara, escogían plantas silvestres y espinas y se dirigían a reuniones familiares. Este año, todos los calvarios lucieron completamente despoblados.

En poblados como Yunguyo, Conima y Juliaca, el Sábado de Gloria se vivía incluso con fiesta ante el anuncio de resurección de Jesucristo.

Los soldados Pallapalla (una variente del sicuri altiplánico) inundaban las calles son sus compases, en Juliaca se acostumbraba baila pandilla puneña, pero este año solo es un recuerdo.