Luego de dos décadas interpretando a la exitosa y entrañable Chola Chabuca, Ernesto Pimentel se da un tiempo para revelar a la revista Correo Semanal el duro y accidentado camino que tuvo que sortear para convertirse en la fulgurante estrella de hoy.

Chola soy.

Chabuca es una limeña achorada y criolla que ha sabido recoger –y exagerar, de forma celebratoria- elementos propios del imaginario más colorido de la sierra peruana. Estrambótica, dicharachera y de mente rápida, está lejos de ser el símbolo de una sociedad que festeja el travestismo asolapado. Es en cambio la muestra fáctica de que desde el humor y la risa, un país puede desprenderse de los más anodinos y cavernarios prejuicios. La Chola no es la parodia insultante de la mujer olvidada de los andes, sino la reivindicación de la paisana corajuda e irreverente que no se deja pisar la pollera así como así.

Veinte años después de su rutilante nacimiento frente a cámaras, Ernesto Pimentel puede jactarse de haber creado a la heroína más querida del país. Una mujer de raza, que ríe y hace reír. Que desde lo alto de sus interminables tacos enamora a niños y adultos a punta de carcajadas y bromas ligeras.

"La Chola es mi alter ego, pero al mismo tiempo tiene su propia personalidad. A veces no ando de muy buen ánimo, pero basta que me vea maquillado y con polleras, para que me asalte una especie de vitalidad que solo Chabuca puede darme. Es un personaje que se ha nutrido de la gente, y que se debe al cariño de todos. La Chola nunca está triste, ella es así", reflexiona Pimentel mientras observa, en una esquina de su sala, una ruma desordenada de zapatos coloridos y estrafalarios.

Sobre esa misma esquina, las paredes blancas de la casa lucen el resquebrajo creativo de Pimentel. Lo que a primera impresión parece un trabajo de albañilería a medio hacer, es en realidad el excéntrico decorado que ha impuesto en su residencia. "No es un problema de humedad. Es mi forma de recordarme de dónde vengo, de acordarme que a fin de cuentas, todo esto no es más que ladrillos y cemento, nada más" dice Pimentel mientras observa el inmenso pedazo de pared picado sobre su sala.

Chico de su casa. Sin el sobrecargado maquillaje de su personaje estrella, el semblante de Ernesto Pimentel no permite adivinar la jocosa e irreverente personalidad de quien engendró a la Chola Chabuca. En un medio donde el que menos intenta sacar provecho –y portadas- de sus cotidianos escándalos personales, Pimentel parece librar una lucha eterna contra la sobreexposición de su vida íntima. Y es que al contrario de lo que manda el mito urbano de los famosos de vidas aceleradas y desordenadas, la de Ernesto parece ser más bien una vida que intenta ser llevada sin demasiados sobresaltos.

"La gente tiene ideas equivocadas de mí. Si revisas los archivos, verás que nunca una cámara me ampayó de juerga, borracho o inconsciente. Soy más de grupos pequeños y de reuniones. Prefiero mil veces quedarme en mi casa cantando karaoke con un grupo de amigos, que ir a una enorme discoteca. No soy muy aficionado a las multitudes, aunque la Chola sí", dice Pimentel con algo de sorna, justo antes de esbozar una tímida sonrisa.

Vale la pena soñar. Para quien no ha seguido por televisión el largo y tormentoso camino al éxito de la Chola Chabuca, el personaje que Ernesto Pimentel inmortalizó en pantalla bien podría ser confundido con uno de los cientos de comediantes que se valieron del travestismo y el amaneramiento como fórmula infalible para hacer reír a un público que no pareciera haberse cansado de la repetitiva y prejuiciosa parodia del homosexual escandaloso que hace mofa de su propia condición. Felizmente, tanto las reglas como los prejuicios tienen excepciones; y la Chola Chabuca es la excepción más hilarante que ha engendrado la televisión peruana en las últimas décadas.

Para Pimentel, la suya ha sido ha sido una vida marcada por la necesidad. Una lucha incesante contra el recuerdo de las profundas heridas que le dejó la pobreza. "Ser pobre hizo de mí la persona que soy. Si no hubiera tenido tanta necesidad durante buena parte de mi vida, te aseguro que hoy mi vida sería totalmente distinta. La Chola nació así, como una forma de subsistir. Un día me di cuenta que la gente se reía de mis bromas, que caía bien; y a partir de ahí puse todas mis energías en vivir de esto", explica Ernesto con las piernas cruzadas sobre un sofá y con la corbata michi levemente descolocada.

Chola para rato. Ernesto Pimentel Yesquén tiene 43 años y más de 20 dedicados a hacer reír. Una paradoja si se toma en cuenta el duro y triste camino por sobrevivir que desde niño tuvo que afrontar. Hoy Ernesto, desde su residencia en Surco, recuerda las dos veces en las que el destino lo puso frente a un ataúd. La primera sería cuando apenas contaba diez años, luego que su madre falleciera. Entonces, un imberbe e infantil Ernesto tuvo que elegir el féretro en el que su madre sería enterrada. Demasiada responsabilidad para un niño que apenas y entendía que la muerte es la mayor de las razones para vivir.

Doce años después, el mismo Ernesto preguntaría el precio del ataúd más económico de una tienda funeraria. Acababa de recibir el resultado de la prueba de Elisa a la que se había sometido semanas antes, y luego de enterarse que era portador del virus VIH, no se le ocurrió otra cosa que caminar hasta una funeraria de barrio y resolver una duda que venía rondando sus pensamientos desde hacía unos días. Tenía 19 años. "Descubrí que no tenía plata para morirme. No me alcanzaba", dirá con la mirada enterrada en el piso. "Entonces decidí que debía seguir luchando. Porque si alguien podía salvarme de todo esto, era yo mismo. Y así lo hice" replica antes de tomarse el rostro, reflexivo, justo antes de ingerir su cocktail diario de 4 pastillas.

Tuvieron que pasar once años para que Ernesto confesara ante cámaras su mal. Una noticia que estremeció a la farándula local y a los miles de seguidores de este carismático comediante, que hasta entonces había esquivado los rumores sobre su homosexualidad. Días después del anuncio, Pimentel viajaría a Argentina para olvidar. Sabía lo que se le venía y sospechaba que su carrera como figura televisiva estaba por extinguirse. Solo al regresar entendería que los seguidores de la Chola Chabuca no lo abandonarían tan fácilmente.

"Nunca se me ocurrió que la gente se portaría tan bien conmigo. Incluso la prensa tuvo gestos que nunca olvidaré. Me sentí querido", recuerda Pimentel con la mirada iluminada.

Hoy Ernesto no teme a la muerte, y la ve aun lejana. "Ahora mismo, tengo la misma esperanza de vida que tú", dice antes de explicar que su último análisis de glóbulos rojos arrojó que sus defensas están más altas que nunca. "He aprendido a cuidarme y a hacer caso a los médicos. Felizmente el VIH ya no es una sentencia de muerte. Si uno se hace los chequeos necesarios y toma las medicinas adecuadas, puedes tener una larga vida sin presentar síntomas" refiere Pimentel.

El niño huérfano que fue criado entre monjas y sacerdotes. El joven que animaba despedidas de solteras y que presentaba a los strippers más musculosos de la ciudad, hoy es una estrella que ha sobrevivido a los vaivenes de la fama televisiva. Una figura que lleva dos décadas en la pantalla chica, y que ahora mismo anima tres de los programas más exitosos de la televisión nacional. Así las cosas, Ernesto afirma que seguirá riendo y haciendo reír hasta que las fuerzas lo acompañen. "Esa es mi misión. Entretener al resto. Hacer que se olviden por un rato de sus propios dramas y que rían". Fotos: Federico Romero

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