Enrique Silva Orrego
El cine de terror es una de las vertientes más vigentes del género fantástico y trasciende casi todas las fronteras. De hecho pueden ser más conocidas las películas provenientes de Estados Unidos, Inglaterra o Italia, pero también las hay de otros países europeos, de India y Japón, y en tiempos más recientes de otras naciones asiáticas como Corea del Sur.
En Latinoamérica, los mexicanos tienen una apreciable tradición y también han incursionado en el género los brasileños y argentinos. La novedad ahora viene de Uruguay con La casa muda, cinta de Gustavo Hernández que se presentó en agosto del año pasado en la competencia oficial de ficción del XIV Encuentro Latinoamericano de Cine de Lima y que ahora se ha estrenado comercialmente.
La historia está basada en un hecho real ocurrido en 1944 en una vieja casa de campo donde fueron encontrados los cuerpos de 2 hombres brutalmente torturados, sin lengua ni ojos. Las inquietantes fotografías halladas también en el lugar resultaron claves para resolver el sangriento crimen.
Laura (Florencia Colucci) y su padre Wilson (Gustavo Alonso) arriban a una casa en la campiña para supuestamente reacondicionarla. Ambos deberán pasar la noche allí para comenzar los trabajos al día siguiente. Todo transcurrirá con normalidad hasta que Laura escucha un sonido que proviene de afuera y se intensifica en el piso superior de la vivienda. Wilson subirá a inspeccionar mientras ella se queda sola abajo. A partir de ese momento comenzará la pesadilla.
De arranque La casa muda sorprende y es toda una curiosidad. Es verdad que apela a varias de las típicas convenciones del horror moderno, como son la nerviosa cámara en mano -normalmente con punto de vista subjetivo- que sigue por todas partes a los protagonistas, una casa que esconde algo, ausencia de o mínima luz, pocos personajes asediados por un misterio incomprensible, muertes violentas y sangrientas.
Sin embargo, su atractivo principal es el haber sido rodada con una cámara fotográfica digital de alta definición en un único plano-secuencia. Característica que le da una singular unidad de composición y narración, y permite arriesgar bastante en su afán de contar el relato de la manera más coherente posible, lo cual demuestra el esfuerzo de su planificación, sobre todo en aquellas escenas desarrolladas en la penumbra.
Lo fundamental de la propuesta de Hernández radica en asumir con mucha convicción la observación narrativa desde fuera y dejar de lado el punto de vista subjetivo, de manera tal que el espectador pueda ser testigo de la creciente angustia ante lo inesperado o irremediable. El esfuerzo minimalista de la cinta, en la que las explicaciones no parecen necesarias, resulta sin duda una gran virtud. Claro que hacia el desenlace quedarán expuestas algunas razones que nos descubrirán verdades insospechadas. Por si acaso, Hernández ha colocado un curioso epílogo después de los créditos finales.
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