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“Ese pabellón, que es el pabellón de nuestra patria, solo podrá ser arriado cuando no quede a bordo de esta nave un solo hombre para sostenerlo”. Esta fue la contundente respuesta de Nicolás de Piérola, en aguas de Pacocha a bordo del  el 29 de mayo de 1877, al contralmirante Algernon de Horsey, jefe de la división naval británica en el Pacífico, quien minutos antes había enviado a un emisario para conminarlo a rendir la nave peruana al pabellón británico, o de lo contrario la echaría a pique. Lo que sobrevino después fue un imprevisto combate, cuyos antecedentes y consecuencias revisaremos a continuación.

Gran Bretaña, la reina de los mares. Hacia la segunda mitad del siglo XIX, Gran Bretaña, bajo el reinado de Victoria, había consolidado su imperio económico y colonial, desarrollando una política exterior destinada a afianzar en su posición hegemónica mediante la presencia de sus buques de guerra en los lugares más remotos del mundo. El objetivo principal, a la par de mantener la paz, era brindar protección a sus intereses comerciales en el extranjero. Por tal motivo, en lo que también se ha conocido como “política de las cañoneras”, la Royal Navy mantuvo una serie de estaciones navales repartidas en diversas regiones.

En el caso del Pacífico sudamericano, la estación naval británica normalmente se hallaba conformada por una o dos naves, mayormente fragatas y corbetas, empleadas por su gran autonomía, las cuales se desplazaban por costas americanas efectuando recaladas en los principales puertos de las jóvenes repúblicas.

En el campo naval, la segunda mitad del siglo XIX, caracterizada por la ausencia de grandes conflictos bélicos -en el contexto de la denominada Pax Britannica- salvo algunas guerras como la de Crimea (1853-56) y la de Secesión (1861-64), trajo consigo una serie de innovaciones tecnológicas, tales como proyectiles explosivos, buques blindados a vapor y torpedos, los que pronto dominaron la guerra naval. Esta tecnología, pese a su sofisticación, pudo estar al alcance no solo de las principales armadas del mundo, sino también de países como el Perú, que, con motivo de la Guerra con España, adquirió buques blindados en 1865.

EL CONTEXTO NACIONAL PERUANO. La década de 1870 fue un momento en la historia en el que se conjugaron una serie de acontecimientos políticos, económicos y diplomáticos que inevitablemente llevaron al país a la catástrofe de 1879. Revoluciones como la de los hermanos Gutiérrez (1872) y las llevadas a cabo por Nicolás de Piérola (1874-1877) contribuyeron sin lugar a dudas a generar una mayor inestabilidad política. Precisamente, sería este último personaje quien ocasionaría el suceso que comentamos.

Todo se inició el domingo 6 de mayo de 1877, cuando un grupo de partidarios de la causa revolucionaria de Piérola se apoderaron del monitor Huáscar en el puerto del Callao. Ante tal afrenta, al día siguiente, el presidente Prado dispuso la conformación de una escuadra de operaciones para capturar al buque sublevado, declarando además -mediante decreto- a los alzados en armas como desleales, autorizando su aprehensión y ofreciendo “recompensar debidamente a los que, sin pertenecer a la Escuadra , lo sometan a la autoridad del gobierno”. Esto último daría carta libre a la intromisión de las naves británicas en una crisis que debió manejarse como un asunto interno del Perú.

Prosiguiendo su revolución, el 9 de mayo los sublevados embarcaron a Piérola en Antofagasta, proclamándolo como jefe supremo de la República, marchando luego hacia el sur peruano, buscando ganar adeptos a su causa. En su condición de nave rebelde, el Huáscar tuvo dificultades para ser reabastecido, por lo que tomó carbón de una barca inglesa, y sustrajo correspondencia del gobierno que era transportada por el vapor inglés John Elder. Ante esta actitud, reaccionó el jefe de la estación naval británica, advirtiendo a los sublevados que cualquier acción contra sus intereses ocasionaría la captura del  y su entrega a la autoridad peruana. En respuesta, Piérola rechazó tal intromisión en asuntos internos del Perú y la permisividad de Prado frente a ello.

Transcurridos los días y sin el respaldo que esperaban a su movimiento, los rebeldes a bordo del Huáscar, al mando del capitán de navío Luis Germán Astete, fueron enfrentados en un primer combate por las naves de la escuadra de operaciones el 28 de mayo frente a Punta Pichalo, acción en la que se impuso la superioridad del monitor frente al resto de las naves peruanas, no lográndose su rendición.

De manera paralela, el almirante de Horsey había tomado la decisión de enfrentar al monitor peruano, hallándolo en cercanías de Pacocha hacia el mediodía del 29 de mayo. El combate que se inició a continuación fue un duelo artillero entre el Huáscar y los dos buques británicos, acción famosa en su día, puesto que los resultados -más allá de la audacia y pericia de todos combatientes- demostraron las deficiencias de los sistemas de puntería y de la artillería de la época, pese a que las naves británicas contaban con lo último en tecnología naval. Otro aspecto importante fue el lanzamiento, por primera vez en la historia durante un combate, de un torpedo autopropulsado desde el Shah, el cual para fortuna del Huáscar presentó fallas luego de ser disparado.

El final de esta historia fue hasta cierto punto previsible: Piérola y sus seguidores tuvieron que rendirse a la Escuadra de Operaciones y su retorno al Callao fue con cierto olor a multitud, al haber desafiado y puesto en jaque a las naves de la Armada más poderosa del mundo. En el otro lado, de Horsey fue regresado a Inglaterra y nunca más se le dio mando a bordo, y ante el pobre desempeño de sus buques frente al “pequeño” Huáscar, el Almirantazgo británico determinó la necesidad de plantear mejoras a bordo de sus naves y destinar buques blindados en aguas extranjeras en donde existiesen buques similares.

CIFRAS

140 años han pasado desde el combate naval de Pacocha.

3 horas con 25 minutos duró en total el combate de Pacocha.

60 disparos recibió el Huáscar de parte de las naves británicas.