Detrás del tempestuoso Donald Trump, el flemático vicepresidente Mike Pence, ultraconservador y cristiano ferviente, podría convencer al electorado religioso indispensable para conseguir un segundo mandato en las elecciones del martes en Estados Unidos.
De rostro liso, sonrisa discreta, cabello blanco cuidadosamente peinado, el estilo de Mike Pence, de 61 años, ha estado durante los últimos cuatro años en radical contraste con la imagen controvertida y más colorida del presidente Trump.
Cuando Trump se ensaña con sus oponentes o con los medios de comunicación, como es costumbre, Pence se muestra cortés y no levanta la voz. Mientras que el presidente, divorciado dos veces, afirma ser creyente pero va poco a la iglesia, el vicepresidente no escatima en sus demostraciones religiosas y se niega a quedarse solo en una habitación con una mujer que no sea Karen, su esposa.
Pence cede felizmente los focos al mandatario para trabajar en la sombra con el Congreso y los funcionarios republicanos o llevar a cabo misiones diplomáticas delicadas.
Nombrado por Trump jefe de la unidad de crisis del coronavirus en marzo, ha mantenido un enfoque mesurado del tema, lejos de los errores, aproximaciones y provocaciones del jefe de la Casa Blanca. Todo esto, cuidando de no contradecirlo nunca abiertamente.
Los partidarios de Trump alaban su lealtad, mientras que sus críticos denuncian una adulación que le ha permitido mantenerse en el cargo.
Durante el debate vicepresidencial que sostuvo frente a Kamala Harris (la compañera de fórmula del candidato demócrata a la presidencia, Joe Biden), Pence fue un orador disciplinado, pero su presentación será recordada sobre todo por la mosca que se posó sobre su cabello blanco durante dos minutos.
Abogado de formación y exlocutor de radio, conoce las dinámicas de poder que se desarrollan tras bambalinas en Washington y tiene un lugar importante entre los republicanos: fue miembro de la Cámara de Representantes de 2001 a 2013 y el número 3 del partido de 2009 a 2011.
Un dato sorprendente es que Pence y Trump no eran particularmente cercanos antes de que el magnate lo nombrara como su compañero de fórmula en 2016.
Se rumorea que Trump consideró cambiar de compañero este año para impulsar su campaña, pero finalmente privilegió sus estrechos lazos con los votantes cristianos blancos, de edad avanzada y que desempeñaron un papel clave en su victoria de hace cuatro años.
“La base”
“Es sólido como una roca. Ha sido un vicepresidente fantástico”, dijo el multimillonario republicano en agosto. “Es respetado por todos los grupos religiosos, ya sean evangélicos u otros”.
Muy activo en la campaña, especialmente en el Medio Oeste, el exgobernador de Indiana se describe a sí mismo como “un cristiano, un conservador y un republicano, en ese orden”.
Como gobernador, se distinguió como heraldo de los valores familiares tradicionales, antiaborto, antimatrimonio para todos y hostil al asentamiento de refugiados sirios en su estado.
Pence firmó leyes que dificultan el aborto en Indiana. Y había sido muy criticado por haber defendido en 2015 una ley de “libertad religiosa”, vista por sus detractores como una forma de discriminar a la comunidad LGBT (lesbianas, gays, bisexuales, transgénero).
Estas posturas tranquilizan a los conservadores tradicionales, y especialmente a los evangélicos, que inicialmente se mostraron reticentes ante la personalidad del impredecible magnate.
En 2017, el exasesor presidencial Steve Bannon enfatizó su papel fundamental en las elecciones. “Trump consiguió el voto de los nacionalistas populistas”, dijo a la revista The New Yorker. “Pero Pence es la base. Sin Pence, no puedes ganar”.
El apoyo de este electorado religioso podría ser, una vez más, decisivo para conseguir un segundo mandato.
Uno de cada cuatro estadounidenses es evangélico, según el Instituto Pew. Es la forma dominante del protestantismo estadounidense, y el grupo religioso más grande del país, por delante de los católicos y protestantes tradicionales.
Fuente: AFP