Tokio (AFP). En una clínica de Tokio, una mujer en bata blanca observa cuidadosamente las particularidades de una nueva paciente: una oveja de peluche. El “centro médico” Natsumi se especializa en la restauración de estos juguetes a los que sus propietarios están muy apegados.
Yui Kato, de 24 años, trajo a su oveja Yuki chan, bastante dañada después de 18 años de existencia. “Pensaba que no tenía más remedio que tirarla, estaba tan desgastada. He venido aquí con la esperanza de que pueda recobrar la salud”, explica la joven a la AFP.
La clínica ofrece diversos servicios, con intervenciones locales como “operaciones oculares” y trasplantes de pelaje en zonas escasamente cubiertas, hasta una restauración completa.
Su fundadora, Natsumi Hakozaki, tuvo la idea de “tratar” exclusivamente juguetes de peluche en 2016, después de trabajar en un taller de reparación de ropa en su ciudad natal de Sendai, al noreste de Japón, donde se dio cuenta de que había una gran demanda en ese campo.
“Los clientes ven sus peluches como familiares o amigos íntimos, no como objetos. Después de su reparación, muchos propietarios los abrazaban, llorando”, confiesa a la AFP.
En el caso de la oveja Yuki chan, Hakozaki comienza por darle un baño de espuma especial, después de quitarle su antiguo relleno. Se toma una foto de cada paso realizado y las imágenes se publican en el sitio web de la clínica de Tokio, para que los dueños de los peluches puedan seguir el proceso de recuperación.
Todo está hecho para tratar a los animales de peluche como si estuvieran vivos.
“Parece que estabas muy cansada. ¡Por favor, relájate y disfruta!”, comentó un vocero de la clínica una foto online de Yuki chan, sumergida en su baño de burbujas.
Juguetes con “espíritu”
Hakozaki le preparó un nuevo cuerpo de tela y papel, así como un relleno de algodón nuevo.
El toque final es crucial: hay que volver a poner el “corazón” del animal de peluche, compuesto de una tela rosa y una parte de su antiguo relleno, para que conserve su “alma” original, explica.
Los clientes están felices. Desde que instaló su clínica en la capital de Japón hace dos años, Hakozaki repara 100 peluches al mes con otros cinco “doctores” en su establecimiento, y la lista de espera está completa por un año.
Los tratamientos a medida cuestan entre 10.000 a 500.000 yenes (unos 4.680 dólares), según los cuidados requeridos.
Para salvar a Yuki chan, Yui Kato pagó 100.000 yenes, el equivalente a más de 3.385 soles. Pero el dinero no cuenta en este tipo de situaciones, justifica la joven. “Mis recuerdos (con su peluche) son más importantes que el dinero”.
Otro cliente de la clínica, Kota Sano, también tiene fuertes lazos con “Racchan”, su nutria de peluche, de 40 años. “Ella es un miembro completo de la familia”, declara, precisando que su esposa y su hijo también la adoran.
“Me salvó cuando estaba bajo presión en el trabajo. Me perdona y me acepta como soy”, agrega.
Sin embargo, Sano confiesa que, como hombre adulto, a veces se siente avergonzado por su afecto hacia un animal de peluche. Pero en la tradición japonesa, cualquier objeto puede tener un espíritu, recuerda. Por eso le gusta creer que Racchan “es más que un objeto y tiene personalidad”.
El apego a los peluches es universal, subraya la dueña de la clínica en Japón, quien ya ha atendido solicitudes procedentes de Hong Kong, Taiwán, Francia y del Reino Unido.